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Venir, ver y vencer

León Benavente volvieron a satisfacer a su parroquia valenciana

Los cuatro integrantes de León Benavente.
Los cuatro integrantes de León Benavente.Claudio Álvarez

Con la suficiencia propia de quien sabe que tiene todos los resortes dispuestos para convencer sin reservas, León Benavente volvieron a satisfacer a su parroquia valenciana a menos de un año de su primera actuación en la ciudad, en aquel atestado bolo en la sala Wah Wah. Lo hicieron, además, desde el que debe ser el púlpito más agradecido para que su mensaje cuaje sin interferencias ni pérdida de nitidez: una sala de mediano aforo, apta para albergar a medio millar de personas. Porque aunque sería absurdo reprocharles el arrendamiento que de un tiempo a esta parte han hecho de su merecida buena estrella, lo cierto es que es inevitable pensar que hay algo (bastante, de hecho) de irónico en la exposición de sus crónicas de desencanto generacional en el marco de festivales que, en esencia, acaban marcando un paréntesis lúdico en el devenir cotidiano de la clientela que los frecuenta. Cabe preguntarse si conformando el receptáculo natural para encajar un aliento notarial que divisan tan pocos resquicios de luz: como para contemporizar con dispendios festivos. ¿O quizá sí?

El caso es que tras su paso por el SOS, el Low, el Arenal o el Sonorama, se agradece volver a comprobar la eficiencia de su ritual de lo habitual (por aquello de la sobreexposición con un solo álbum y un EP) en las distancias cortas, en el que era el segundo concierto celebrado en la recoleta nueva sala del sexto piso del Espai Rambleta. Con el breve pero estimulante pase folk pop de los valencianos Mare (el nuevo proyecto de Íñigo Soler junto a Antoni Montagudo) como aperitivo y presidido por una estupenda acústica, por cierto. La sensación de déjà vu no termina aún de imponerse sobre ese goce sensorial al que es inevitable acabar rendido cuando su maquinaria se activa, precisa y engrasada como una bomba neumática. Así que el público disfrutó de lo lindo de su arsenal de canciones de puño en alto, mandíbula cuadrada y mente no precisamente vacía. Tan solo interrumpido por un breve corte en el flujo eléctrico, que detuvo su set durante cinco minutos. Desde el arranque con Década (que debe algo más que el título a Joy Division) hasta las hercúleas La Palabra y Ser Brigada, que llevan meses coronando sus proteicos conciertos. Las despacharon con ese entusiasmo tan suyo, que no contraviene cierto descreimiento. Y que alimenta aún más el nivel de salivación ante lo que debería estar por venir, una nueva visita al estudio que se verá marcada por un entorno muy distinto al que alumbró su debut: el que delimitan las enormes expectativas ajenas, ahora que han pasado de actores de reparto al rol protagonista. El reto no es pequeño, cierto. Pero como suele ocurrir con debuts tan sobresalientes, la altura del listón se la han marcado ellos mismos.

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