Campanella cambia de acento
La versión teatral de la película ‘El hijo de la novia’ llega al Bellas Artes
Cuando El hijo de la novia llegó a los cines españoles, las noticias que llegaban de Argentina no eran precisamente alentadoras. El corralito y las caceroladas formaban parte en 2001 de una realidad tan ajena como sombría. En medio de la burbuja en la que flotaba la economía española, la luz que ofrecía la película de Juan José Campanella parecía mil veces más necesaria al otro lado del Atlántico. Y, aun así, la historia de Rafael Belvedere (Ricardo Darín), que abandona una vida de preocupaciones materiales y distancia emocional inspirado por el amor de sus padres, triunfó también de este lado del océano. Aunque el país, por entonces, no estuviera tan ávido de finales felices.
Las cosas han cambiado desde entonces, y la llegada hoy de la versión teatral del filme al Teatro Bellas Artes tiene algo de profecía cumplida. No hay acento argentino esta vez sobre las tablas. Juanjo Artero ha sustituido a Ricardo Darín, Tina Sáinz a Norma Aleandro, Álvaro de Luna a Héctor Alterio, Sara Cozar a Natalia Verbeke y Mikel Laskurain a Eduardo Blanco. El resto ha permanecido en su lugar, incluidos los problemas económicos, convertidos a euros. Sáinz explica la principal premisa de Garbi Losada, directora del montaje: “La historia, los personajes y la peripecia que se cuenta es la misma. Lo único que cambia es el medio”.
La adaptación escénica es fiel al guion original estrenado en 2001
Aunque se hizo esperar hasta este verano, el proyecto nació durante las últimas Navidades, alentado por el director de la productora Pentación, Jesús Cimarro. Tras una primera lectura en San Sebastián, donde Losada estaba convaleciente de una operación, el equipo se trasladó al calor estival de Carabanchel. La adaptación escénica se basaba en reducir todas las localizaciones de la película al salón familiar y los saltos temporales a oscuros. En palabras de De Luna: “Sin florituras”. Además, había que eliminar personajes (la exmujer y la hija del protagonista y una docena más) y tratar de lograr un reparto tan empastado como el original, que llevó al filme a estar nominado al Óscar a mejor película de habla no inglesa.
Tras su estreno en el Teatro Campos Elíseos de Bilbao el pasado 11 de septiembre, Álvaro de Luna saca pecho: “Desde el primer día estábamos bastante ensamblados. Yo creo que lo hemos conseguido”. Y Sáinz añade: “El recibimiento del público nos ha sorprendido. Aunque, en este caso, la referencia previa es buena para la obra. A la gente le gustó en su día, le suena el título, y dice: ‘Vamos a ver esa, que es muy bonita”.
La actriz cargaba con una de las tareas más complejas del espectáculo: dar vida a la madre del protagonista, la novia del título que empapa toda la historia. La empresa tenía una triple dificultad. Por una parte, la de encarnar a una enferma de alzhéimer. Por otra, la de hacer justicia a la historia real de María Cánepa, actriz chilena fallecida en 2006 que inspiró el personaje de Norma y que, como ella, se casó con su pareja de décadas años después de haber sido diagnosticada. Por último, Tina Sáinz debía dar la réplica, al menos en la memoria del espectador, a otra Norma, Aleandro, que daba vida al personaje en la versión cinematográfica.
La actriz enfrentó el reto con “mucho trabajo” y algo de miedo. “Cuando leí la obra, evidentemente pensé en ella. Y me dio miedo. Un día me encontré con Héctor Alterio, y le dije: ‘Mira, Héctor, estoy haciendo esto y estoy acojonada’. ‘Ah, muy bien’, me respondió. Le dije: ‘Es que el personaje se llama Norma’. Y él: ‘¿Y? ¡Yo hago de Henry Fonda!’ [en la versión teatral de En el estanque dorado]”, cuenta Sáinz. Y se defiende: “Yo, cuando voy a ver a Núria Espert en La loba [montaje de 2012, dirigido por Gerardo Vera para el CDN], voy a ver a Núria Espert, no a Bette Davis [protagonista de la película de 1941”].
Tina Sainz y Álvaro de Luna sustituyen a Héctor Alterio y Norma Aleandro
Sáinz describe su método para aproximarse a unos enfermos “cuya percepción de la realidad no se conoce”. “Hemos trabajado la fragilidad, la economía de movimientos… He llegado a ensayar con los ojos vendados, para tener la sensación de inseguridad física al caminar”, recuerda. Ahora, durante la representación, busca un espacio donde aislarse entre escenas: “Yo lo llamo la residencia”. Curiosamente, Leandro narraba un proceso parecido en 2001: “Me sentaba en una sillita y me iba a otro lugar, a buscar lo que los médicos llaman ‘cara de león’, una cara sin expresión”.
La desorientación de Norma no es muy distinta, al fin y al cabo, de la de su hijo. “Está acosado por las deudas, por las dudas en la convivencia, por seguir adelante en un camino que no parece llevar a ninguna parte”, explica Álvaro de Luna. Y de repente, la luz, llegada desde el amor improbable de los padres que el actor narra como si fuera propio: “No es un amor nostálgico, no es un árbol seco. Es un reconocimiento a los enfermos de alzhéimer. Como le dice mi personaje al hijo: ‘Tu madre vive ahora”.
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