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feria de la blanca

Un sucedáneo de corrida

La presencia de los toros de Albarreal convirtió el festejo en una parodia

Iván Fandiño en su primer toro.
Iván Fandiño en su primer toro. L. RICO

Una corrida terciada, dirán los más diplomáticos. Unos novillos, sostendrán los más apasionados. Lo cierto es que fue una tomadura de pelo para los aficionados que se acercaron al coso vitoriano. La presencia, o más bien estaría decir la ausencia de los toros de Albarreal convirtió el festejo en una parodia de lo que debe ser una corrida.

Por momentos, parecieron reses de un festival, con presencia de novillos, sin ningún trapío y con una escasez de fuerzas tal que ninguno pudo evitar perder las manos en cada tanda de muletazos. Todo un castigo pese pese a que hubo gente en los tendidos que se divirtió a base de pedir música y corear singulares tonadillas, pero nada que ver con la fiesta de los toros que tanta defensa necesita si los festejos que se dan son como este.

CASTELLA, FANDIÑO Y TALAVANTE

Seis toros de Albarreal, pequeños, pobres de pitones y con muy poca fuerza.

Sebastián Castella: estocada trasera (saludos con petición) y casi entera (saludos tras aviso).

Iván Fandiño: estocada (saludos) y estocada (oreja).

Alejandro Talavante: estocada (silencio) y media y descabello (silencio tras aviso).

Plaza de Vitoria, 5 de agosto de 2014. Un tercio de entrada. Primera de la Feria de la Virgen Blanca

El toro, por naturaleza, representa fiereza, emoción, ataque… Y los de Albarreal parecieron reses domesticadas, con aire cansino, como si estuvieran obligados a desplazarse detrás de los trastos que les ofrecían. Algunos dirán que nobles, pero los aficionados sabrán que es falta de casta lo que convierte a un animal bravo en ese sucedáneo. La feria de La Blanca continúa con el rumbo perdido.

Nada destacable pudieron hacer los espadas, ante los presuntos enemigos que tuvieron en liza. Si acaso, las estocadas de Iván Fandiño. Pero la gente es buena, generosa. No es de extrañar que en esta España de los políticos corruptos, y dirigentes estafadores haya codazos por ostentar un cargo.

El pueblo traga con todo y si le dejan una miga hasta se divierte. Donde debiera haberse escuchado una bronca atronadora, de las de enfado general y casi altercado público, se convirtió en una continua letanía en demanda de un pasodoble que haga soportable la tarde. Aquí no se buscan responsables sino pasar un buen rato. Y eso que han pagado una entrada. Porque por no quedar, en Vitoria ya no quedan ni las copiosas meriendas de antaño en los tendidos de sol. De aquellas cazuelas sólo quedan los diez minutos tras el tercer astado. Y es que en este mundo del toro cada día hay menos que llevarse a la boca.

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