La cara humana del sicario
El cineasta Ramon Terméns ultima un “narco-thriller psicológico” con el que reflexiona, de manera descarnada, sobre los límites de la maldad humana
Una enorme nave industrial en desuso de Martorelles, en el Vallès Oriental, se ha convertido todo este pasado julio en el centro de operaciones de dos sicarios de un cártel mexicano, en algún lugar indeterminado de la frontera del país con Estados Unidos. Ocurrió durante las cuatro semanas que duró el rodaje de The Evil that Men Do, la última producción del cineasta catalán Ramon Terméns; un “narco-thriller psicológico”, como lo califica el propio director, que le da la vuelta a los preceptos del cine de sicarios (género consolidado en México) para ahondar en la maraña de contradicciones morales y psicológicas de dos asesinos a sueldo.
Tras abordar el racismo y la marginación social en Catalunya über alles! (2010) o el corralito argentino en Negro Buenos Aires (2008), Terméns se ha propuesto combinar el thriller, la película de acción y el drama existencialista en este film con guión de Daniel Faraldo, con quien ya trabajó en anteriores producciones. El reducido presupuesto llevó a los creadores a concentrar la grabación en 21 días, pero esperan que el filme, rodado en inglés, tenga un largo recorrido por salas internacionales.
Un ‘Esperando a Godot’ manchado de sangre inspira ‘The Evil that Men Do’
Santiago (Daniel Faraldo) es un sicario veterano con treinta años de experiencia en el arte de asesinar y despedazar carne humana sin hacer preguntas. Benny (Andrew Tarbet), ex médico despedido por negligencia, trabaja ahora para un cártel junto a Santiago. Ambos tienen su centro de operaciones en una decrépita fábrica abandonada, donde reciben y procesan los paquetes humanos que reciben sin parar como resultado de la perenne guerra del narco. La llegada de una niña de diez años dentro de un saco, traída por el narcojunior Martín (Sergio Peris Mencheta), dará el pistoletazo de salida a una guerra psicológica de alta intensidad. Lo absurdo de la situación y la espera incierta de órdenes de un tal Lucho (José Sefami), jefe del cártel, remite al sinsentido planteado en la obra de Samuel Beckett Esperando a Godot, que inspiró a los creadores del filme. Según Sefami, quien ha encarnado a capos del narcotráfico en muchas producciones mexicanas, el atractivo de este guión está en la aproximación humana (que no redentora) que hace a la figura del mafioso, dando relieve a sus contradicciones sin glorificar sus actos.
El título de la película remite a una cita que Shakespeare puso en boca de Marco Antonio: “El mal que hacen los hombres sobrevive. El bien queda frecuentemente enterrado con sus huesos”. La naturaleza y los límites de la maldad humana son puestos a debate en un contexto de extrema violencia como el de la cultura narco, “aunque bien podría situarse en Siria o en una favela de Brasil”, aclara el director. Explica Terméns que su intención es acabar con la impasividad con la que consumimos violencia en el cine, recuperando el impacto legítimo que deberían producir los actos de crueldad. Por eso las explosiones de brutalidad en la película buscan el hiperrealismo, sin sangre saliendo a borbotones ni exageraciones innecesarias. “Incluso hemos tenido como asesor a un ex convicto que formaba parte de una banda”, comenta el director.
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