Estados Unidos desde ojos españoles
Una exposición muestra en la Biblioteca Nacional el alcance de España en los orígenes, el territorio, las ciudades y el paisaje del país norteamericano

La Biblioteca Nacional acaba de estrenar una exposición que concierne a un universo de información hasta ahora casi tabú y desconocido: la presencia de España en el origen territorial, urbanístico y paisajístico de los Estados Unidos de América.
Fue un día de la Pascua de 1513 cuando Juan Ponce de León inauguró la presencia hispana en el área septentrional del continente y fundó sobre el litoral suroriental peninsular la ciudad de San Agustín, la primera urbe norteamericana. Él sería el primer europeo que pisó lo que llegaría a ser el territorio estadounidense y bautizó la península meridional con el nombre de Florida, por las fechas pascuales de su hallazgo.
La exposición recorre la penetración de los llamados conquistadores españoles hacia el entonces ignoto interior continental, desde los primeros escarceos emprendidos ya en 1525 por Esteban Gómez, un año después por Luis Vázquez de Ayllón, desde la Florida hasta Canadá, o la gesta entre 1527 y 1536 del titánico Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Aquella grandiosa tarea sería proseguida tres años más tarde desde el sur mexicano por Hernando de Soto y por Coronado en 1540, sin eludir los viajes científicos promovidos por la Corona de España.
La exposición da noticia de que en una de aquellas expediciones navales, los cartógrafos españoles llegaron a plasmar sobre soberbios mapas incluso la costa occidental de Alaska, con la base naval de Nutka como eje de sus científicas pesquisas. En territorio de Alaska los españoles fundaron Córdova. El poderoso valido borbónico Manuel de Godoy guardaría aquellos mapas con unción, a sabiendas de la rivalidad británica que se remontaba a tiempo atrás y que llegaba a atribuir al pirata Francis Drake el descubrimiento de San Francisco, en 1578.
El visitante más sensible experimentará una cierta emoción al descubrir, en la toponimia estadounidense, una presencia continua de nomenclatura española que ha perdurado en miles de ciudades y poblaciones, desde El Paso a Nogales, de Reno a Nevada, de Texas al Toledo de Ohío o el Nuevo Madrid, por no citar los miles de hitos bautizados desde el santoral castellano, como San Francisco, San Diego, Santa Mónica o el celestial Los Ángeles. Un enorme mapa de los Estados Unidos de América muestra, mediante un original sistema de clavos y cordadas, la densidad de esta gigantesca urdimbre. Palabras como Rancho o Atascadero siguen nombrando allí enclaves geográficos.
Más allá de la toponimia, la huella española en el corazón de Norteamérica quedó fijada sobre la traza urbana de numerosas ciudades. La de Nueva Orleans se exhibe profusamente y en ella se muestran las fortificaciones artilleras que jalonaron su perímetro o las manzanas dañadas por uno de los devastadores incendios que sufriría en el siglo XVIII.
Fue precisamente en aquel siglo cuando la impronta española sobre los futuros Estados Unidos cobraría mayor amplitud, tanto como para abarcar más del 60% del futuro territorio de la Unión, desde Florida a la Luisiana, sobre territorio sioux, Missouiri y Missisipí arriba, desde Nueva Orleans a Kansas, las Dakotas y Canadá, incluyendo toda la costa del Pacífico. Joyas filológicas relatan, por ejemplo, que una leyenda visigoda orientó algunas de estas expediciones, como la búsqueda de las “ciudades de oro” de Cibola y Quivira, precursoras del mito de Eldorado, o informan de que la presencia de los españoles permanece pintada por los indios en la gruta Chelly de las Montañas Rocosas.
Es extraordinario el volumen de información inédito que la exposición brinda al gran público español, que se muestra generalmente desconocedor de una realidad histórica sesgada por versiones emitidas en clave anglosajona. Buena cuota de tal ignorancia obedece a que algunos de los mapas que ahora se muestran fueron abducidos por la Corona española y los reinos europeos como secretos de Estado, dado su valor estratégico y geopolítico. Muchos no emergieron a la luz pública hasta 200 años después de su laboriosa traza.
Uno de los principales artífices de tan prodigiosa cartografía fue Tomás López de Vargas Machuca, muerto en 1803, cartógrafo pionero en España de tal disciplina —elevada por él al rango de ciencia— y en cuyo Globo terráqueo, presentado en la exposición como primicia única, se muestra el universo terrestre hasta entonces conocido.
La exposición, comisariada por el arquitecto Juan Miguel Hernández de León, presidente del madrileño Círculo de Bellas Artes, bajo el patronazgo de la Fundación Consejo EspañaEstados Unidos, transita por la historia de ambos países desvelando una imagen insólita de aquella enorme nación.
Tras un revelador relato sobre la presencia de arquitectos e ingenieros españoles en la configuración urbana contemporánea de los Estados Unidos, desde el inolvidable valenciano Rafael Guastavino a Iñaki Ávalos, y sus obras civiles en estaciones, puentes, edificios y urbanizaciones por toda la geografía estadounidense la exposición culmina con un aserto del presidente John Fitzgerald Kennedy. En él insta al pueblo estadounidense a rechazar la falsa creencia de que su país nació en 1620 en las colonias de emigrados británicos, para invitarle a conocer el pasado español que desde el siglo XVI troqueló sus verdaderos orígenes y buena parte de su futuro. Durante siglos, el mundo miró Norteamérica desde los ojos de España, primer país de Europa que se estableció en Estados Unidos.
Diseñar América: el trazado español de los Estados Unidos. Martes a sábados, de 10.00 a 20.00. Domingos y festivos hasta las 14.00. Lunes cerrado. Entrada gratuita. Hasta el 12 de octubre. Biblioteca Nacional. Paseo de Recoletos, 18-20.
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