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RHYTHM & BLUES | George Benson
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La fiesta inopinada

Al veterano guitarrista se le va la mano con las baladas, la melaza y la música ligera, pero el arreón final de ‘funk’ compensa los sinsabores

George Benson, el lunes en Madrid.
George Benson, el lunes en Madrid.juanlu vela

Hay que alcanzar cierta edad y muchos galones para que un guitarrista termine luciendo un logotipo con sus iniciales en la correa de su instrumento, en este caso una innegociable Gibson. George Benson suma 71 primaveras, ha superado con holgura el medio siglo sobre los escenarios y nos perdimos hace mucho en el cómputo de sus discos, así que tiene bien merecida esa pequeña concesión a la vanidad. Con él nunca quedó lo bastante claro si nos encontramos ante un guitarrista que canta muy decentemente o un cantante que toca algo más que bien. Este lunes, en un Botánico de la Complutense que lució muy buena entrada (más de 1.300 espectadores), pudo dar la impresión de que hacía pereza a la hora de tomar la púa entre los dedos. Pero una cosa resulta indudable: Benson sigue sonando a Benson con apenas insinuar un par de acordes, lo que constituye un mérito enorme en el ámbito de los instrumentistas.

Hace mucho que el de Pennsylvania no ofrece estrenos discográficos demasiado relevantes y, a juzgar por la edad media del auditorio, nadie acudía a esta entrega del festival MadGarden con ánimo de grandes descubrimientos. Con la excepción de una delicada y correctísima lectura instrumental de Don’t know why, el tema que catapultó a Norah Jones, George centró sus esfuerzos en el repertorio que mayor popularidad le reportó entre los setenta y los ochenta, en particular las baladas (algo más melosas de la cuenta) y las descargas de funk electrizante. Pero en sus puntuales digresiones sobre el mástil le vimos aún ágil, incisivo. Sobradamente capacitado para coger carrerilla y entregar frases enrevesadas o acentuadas por su propio scat vocal, ese silabeo rítmico, vertiginoso y en ocasiones cómico. Lo único que no tuvo tanta gracia fue escucharle proclamar, sin asomo de ironía, que Luis Miguel figuraba entre sus cantantes favoritos de todo el mundo. Para avalarlo, entregó una versión de La puerta (“La puerta se cerró detrás de ti / y nunca más volviste a aparecer”) con la que más de uno acabó revolviéndose en el asiento.

Así son las cosas con estos espectáculos tan rodados y correctos que, por no molestar a nadie, incurren a ratos en la música ligerísima, en la ambientación para cadenas hoteleras con base operativa en Acapulco. Hubo exceso de sacarina en In your eyes, teclados indigestos en Kisses in the moonlight, pasajes instrumentales en clave de mambo que a duras penas aceptaríamos como ambientación musical para un crucero. Pero tras una agradable versión, también sin palabras, de Lately (Stevie Wonder), sonó Turn your love around y comenzó de una vez por todas la algarabía. La fiesta inopinada.

No era fácil pronosticar que en una noche tirando a mohína acabaría desatándose la euforia, pero así fue. El repertorio más indisimuladamente funk resultó ser, de lejos, el que mejor ha resistido el envite de los años. Feel like making love, con el sintetizador imitando unos metales, habría logrado todas las bendiciones de Quincy Jones y Michael Jackson, igual que Give me the night o Never give up on a good thing, primer bis para el que Benson ya se había despojado de su eterno chaleco y sus músicos hacían fotos de una platea despendolada, en la que no quedaba un alma en los asientos.

Ni siquiera se sosegaron los ánimos con The greatest love of all, balada de entre todas las baladas que nuestro personaje grabó nueve años antes de que Whitney Houston la convirtiera en éxito interplanetario. Y así, el arreón final, con Turn your love around y una lectura de 12 minutos de On Broadway, solo sirvió para corroborar este súbito y estival desenfreno. Sobraron baladas, teclados, la pirotecnia final de batería, casi todos los solos del guitarrista Michael O’Neill. Y pese a todo ello, Benson sigue siendo mucho Benson.

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