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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Elecciones y política

Ante la pasividad de las instituciones, la gente se moviliza, reivindica y hace. Crece la fuerza del contrapoder popular

Joan Subirats

No son lo mismo. Por mucho que insistan, la política no se acaba en las elecciones ni se materializa solo en los elegidos y en los cargos que ocupan. Y eso siempre ha sido así, aunque en los últimos treinta años el mensaje haya sido: “la política la hacemos nosotros; a vosotros os toca votar; las decisiones las tomamos razonablemente bien y son en beneficio vuestro; confiad y seréis recompensados”. Ahora estamos en otros tiempos. Más revueltos. De menos confianza y de menos recompensas. Más políticos y menos estrictamente electorales. Pero ello no quiere decir que las elecciones hayan dejado de ser importantes. Vuelven a ser significativas porque gracias a la repolitización en la que estamos inmersos, encaramos el nuevo ciclo electoral con expectativas de poder alterar un rumbo de las cosas que se nos ha ido presentando como inalterable y sin alternativas.

Es reseñable el renacer de la atmósfera de la transición en muchos de los debates sobre el acontecer político. Hace unos días tuve ocasión de ver el documental de Tino Calabuig y Miguel Ángel Condor, La ciudad es nuestra. El film, rodado en 1975, se basa en las vivencias y testimonios de dirigentes vecinales de barrios periféricos de Madrid, como el Pozo del Tío Raimundo, Orcasitas o El Pilar. Las peripecias que se muestran son muy familiares para quiénes vivimos en la Barcelona de la época. Y pueden fácilmente recordarse viendo Barraques de Alonso Carnicer y Sara Grimal. Lo significativo es oír los debates que se plantean en el documental madrileño sobre la relación entre los movimientos vecinales y las instituciones. La exigencia de participar en las decisiones, la tensión entre negociar, ocupar o construir por libre. El debate sobre la conveniencia o no de presentarse a las elecciones, sobre los peligros de colaborar o la oportunidad de apropiarse de las instituciones y modificar su rumbo.

¿Qué tiene que ver todo ello con lo que ahora acontece? Las condiciones de vida son indudablemente mejores. Las desigualdades persisten, pero en otra escala. Las instituciones, por deficientes que nos puedan parecer, no son las de la dictadura. Pero, algo resuena en nuestras mentes cuando vemos imágenes y debates de aquella época. La ilusión que se manifiesta por disponer de instituciones al servicio de las necesidades populares, fue aparentemente satisfecha al instaurarse la democracia y al “entrar el pueblo en los ayuntamientos”. Todo estaba por hacer y debe reconocerse que se hizo mucho.

Pero el sueño y la realidad pocas veces coinciden. La vitalidad de la calle queda encorsetada en procedimientos y formatos que no entienden de sentimientos y emociones. La horizontalidad de la asamblea vecinal se torna jerarquía obligatoria en partidos y consistorios. El pragmatismo muestra caminos estrechos en que la voluntad de transformación difícilmente transita. Los intereses de siempre saben tocar los resortes adecuados para convertir en generales lo que son intereses estrictamente particulares.

La vitalidad de la calle queda encorsetada en procedimientos y formatos que no entienden de sentimientos y emociones

Y así llegamos hoy a unas instituciones que muchos vemos como ajenas. Crece la insatisfacción y hay mucho miedo a perder lo conseguido. Se agranda la sensación de privilegio de los que mandan cuando se precariza la existencia de todos. Ante la pasividad de las instituciones en ciertos temas, la gente se moviliza, reivindica y hace. Aumenta el valor y la fuerza del contrapoder popular, pero las instituciones siguen ahí, siguen decidiendo por todos y administrando recursos de todos.

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El paso de la calle a las urnas está lleno de incertidumbres y da vértigo pasar del sueño a una realidad que se sabe compleja y llena de racionalidad política instrumental. Decía hace poco Marina Garcés que “deberíamos aspirar, al menos, a no repetir las derrotas que ya conocemos”. En este sentido, conviene recordar que no solo ha cambiado el estatuto legal de las instituciones o la calidad urbanística de los barrios. También han cambiado las capacidades técnicas, los instrumentos y recursos con que se trabaja, y las potencialidades del trabajo compartido.

A lo que en el documental aludido eran asambleas, manifestaciones y megáfono, hoy se añaden seminarios, acciones virales y redes sociales. Avanzamos en la exigencia y la viabilidad de mecanismos de democracia directa. Practicamos y conocemos experiencias de mayor control y transparencia de los asuntos públicos. Disponemos de criterios a seguir en materia de compromisos éticos en el ejercicio de la política. Se sabe lo que implica descapitalizar movimientos sociales y confiar solo en los cambios desde las instituciones. Se está construyendo una nueva institucionalidad social. Sabemos que el poder no está donde dicen que está. Sabemos en definitiva que la política no se agota en las elecciones. Pero no somos tampoco tan ingenuos para pensar que lo que se juega en las elecciones no va con nosotros.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política e investigador del IGOP de la UAB

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