26 tesoros escondidos en el Retiro
El millonario estadounidense Jason Buzi esconde 1.300 euros en el parque madrileño
El parque del Retiro de Madrid se ha convertido durante todo el día en el escenario de una gran búsqueda del tesoro. Cientos de personas, mayores y niños, hombres y mujeres, se han acercado hasta la famosa estatua del Ángel Caído siguiendo las pistas escritas en Twitter por Jason Buzi, un excéntrico millonario que se dedica a esconder sobres con dinero por distintas ciudades del mundo. Su objetivo, asegura, es el de repartir felicidad entre los más necesitados.
“Aquí solo estamos los parados y los jubilados”, afirma Álvaro, de 27 años, buscando entre los matorrales que rodean la plaza. “No veo a Ana Botella por aquí”, añade irónico, tirando al suelo un papel blanco que por un momento había confundido con uno de los preciados envoltorios.
Los madrugadores han tenido más suerte. Durante toda la mañana, los afortunados han estado colgando fotos con sus premios en la cuenta @hiddencash (dinero escondido), tal y como les indicaban las instrucciones escritas en los sobres: “Síguenos en Twitter y sube foto cuando lo encuentres”. Luis, un jubilado madrileño, ha sido uno de los primeros en hacerlo. La fortuna le ha sonreído por triplicado. De los 26 sobres escondidos, ha encontrado tres: 150 euros en total.
El boca a boca y los medios de comunicación han ayudado a difundir la noticia y la tarde ha traído a más visitantes. Ni siquiera el granizo que ha caído sobre la ciudad ha desanimado a los buscadores de tesoros. Enfundados en impermeables, Edgar y sus hijos corren hacia la fuente donde se han encontrado la mayoría de sobres. “Para ellos es un juego”, dice con una media sonrisa mirándolos con ternura. “Para mí algo más”. Lleva un tiempo en paro y su situación es cada vez más acuciante. “No nos vendría nada mal el dinero”, deja caer antes de proseguir su búsqueda. Ajeno a los problemas, el niño revela que si él encuentra el dinero quiere comprar una Play Station.
- Perdona, ¿sabes si aún queda dinero escondido? –pregunta Antonio, de 15 años, con el móvil en la mano.
- En la tele han dicho que quedaban 11. –Contesta Sonia, sentada en un banco- Pero yo no he encontrado nada- asegura sin disimular el cansancio.
Algunos acaban de llegar. Otros, avisados desde hace días por las redes sociales, llevan todo el día buscando. Javier Mateos y sus amigos revisan con palos cada recoveco, cada grieta en la acera, pero nada. Unas zapatillas colgadas en una farola les resultan sospechosas y Mateos decide escalar para investigar si hay algo escondido. La gente que hay alrededor le observa expectante. Primero un metro, luego dos. No puede más. Prueba a darles golpes con el paraguas, pero la misión no resulta provechosa y vuelve a bajar. Su audiencia se diluye. Nadie sabe cuántos sobres quedan por encontrar, pero no quieren irse demasiado pronto.
“La clave es pensar como el millonario”, opina Diego indagando en una alcantarilla. A pesar de que el millonario avisó de que los sobres se encontrarían en lugares accesibles, la desesperación de ver pasar las horas y seguir con las manos vacías hace que muchos amplíen los horizontes de búsqueda. “Han levantado alcantarillas, han destrozado algunos setos, se han metido en la fuente…”, enumera una de los agentes de Parques y Jardines que han acudido a custodiar la zona.
La sombra que proyecta el sol sobre la acera se va moviendo conforme pasa la tarde. Algunos se sientan abatidos en los bordillos y observan a los que continúan intentándolo. Dos chicos y una chica de unos 15 años preguntan si alguien les puede hacer una foto. Entonces muestran triunfantes su billete de 50 euros. Solo llevan una hora y media en el parque y ya se han llevado el premio gordo. “Tocamos a 16,666 cada uno”, calcula Laura Durán, sujetando con fuerza el dinero.
-¿Vais a seguir buscando?
- No, con esto nos conformamos. –contesta exultante Víctor Andrés.
Los tres amigos, compañeros de colegio, se alejan de la estatua del Ángel Caído. Su alegría contrasta con los gestos de los que no han tenido tanta suerte. “Bueno, al menos hemos pasado un buen rato”, dice Edgar para consolar a sus hijos. “Mañana nos vamos a la sierra a buscar otro tesoro que he escondido”, promete guiñándoles un ojo. Y los niños vuelven a sonreír.
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