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Manzanares encendió las hogueras

El torero alicantino y Morante de la Puebla salen por la puerta grande

El diestro José María Manzanares sufrió un revolcón sin consecuencias en el primero de su lote
El diestro José María Manzanares sufrió un revolcón sin consecuencias en el primero de su loteMorell-EFE (EFE)

Manzanares encendió las hogueras antes de tiempo en el tercero. Incendio provocado ante un torillo de Zalduendo, de escaso trapío. Pero de gran juego a la postre. Una vez fue al caballo, se dejó, lo picaron a gusto y lo dejaron a punto de cocinar. Al aire del toro, Manzanares compuso una faena luminosa, no tan profunda. Sin gran ajuste, pero siempre muy enganchado el toro, se pasó al bueno del Zalduedo por donde quiso y como quiso. Una serie con la izquierda, solo una y nada más que una, fue lo más a ley de un faena coreada a gusto por el paisanaje. Hubo pausas, largas, y una puesta en escena de torero sabedor que tenía al gentío entregado. La estocada fue rotunda y lo más puro de un trabajo de gran pantalla. Del trance salió enganchado, por fortuna con solo un roto en la taleguilla. Las dos orejas cayeron de parte del torero, pero nadie se acordó de rendirle honores póstumos a un toro de vuelta al ruedo.

Cerró plaza otro toro de El Pilar, bonito cono el resto. Y de fuerzas tan justas como sus dos hermanos anteriores. Manzanares volvió a poner en práctica sus habilidades. Esta vez con más ajuste, sin exagerar. Y ya con el festejo a gusto del cliente, complacido e incondicional, todo era bienvenido: lo bueno y lo regular.

PILAR, ZALDUENDO / FINITO, MORANTE, MANZANARES

Toros de El Pilar -1º, 2º y 6º- y de Zalduendo. Muy justos de presencia. De poca clase el conjunto de El Pilar. Tercero y quinto, de Zalduendo, de muy buen juego.

Finito de Córdoba. Cuatro pinchazos y media baja (pitos); -aviso- estocada (oreja).

Morante de la Puebla. Media (silencio); pinchazo, entera –aviso- (dos orejas).

José María Manzanares. Estocada (dos orejas); pinchazo -aviso- y estocada trasera (ovación).

Plaza de Alicante, 21 de junio. 2ª de Feria. Lleno.

El toro que abrió plaza, por su aspecto ofensivo parecía más bien toro preparado para festejo de rejones: pitones romos e insignificantes. Insignificante fue la lidia de ese primero. Flojeó desde que saltó al ruedo, en varas se simuló la suerte y en la muleta ni fue ni vino. Un desconfiado Finito, tampoco era para tanto, se pasó el tiempo buscando el arca perdida. No la encontró y el toro, aburrido, acabó por volverle la cara al propio torero. El colmo fue la manera de entrar a matar de Finito: huyendo despavorido de la suerte.

Más actitud puso Finito en el cuarto, un Zalduendo más aparente de cara, que no tuvo pizca de gracia en la muleta: nulo de clase. La faena fue de metraje largo. Más de sudar la camiseta que de componer. Siempre el toro desplazado hacia afuera. Finito, acelerado de principio, fue ganando confianza. No hubo brillo, pero sí esfuerzo. Esta vez se echó a matar con más confianza y cobró premio. La tarde estaba embalada.

Anovillado de tipo y de cara, el segundo. De fuerzas muy justas también. Descabalgó más que derribar en el primer encuentro con el caballo y en una segunda entrada lo dejaron listo. Morante se dobló de entrada, con mucha estética y torería. Pero todo fue un espejismo. No hubo nada más. Voluntad en el torero de la Puebla, que contó con el apoyo del tendido, pero solo esbozos muy borrosos. Defensivo el toro, obligó a Morante a perder muchos pasos. La faena quedó en un intento. Vano.

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Tan claro vio Morante al quinto, de Zalduedo, que se fue direto a brindar al público. No se equivocó el torero. Otro buen toro, que había recibido un puyazo al relance y se había marchado sueltecillo. Un quite por chicuelinas del propio Morante, descubrió el pastel. Muleta en mano, sinfonía del torero de la Puebla del Rio. La calidad ante todo. Desde los ayudados de saludo, hasta el molinete de cierre de obra. En medio, hondura y clase, y originalidad sin fin. Faena posada y reposada, hasta exprimir al buen ejemplar. Muy abrochado todo, sobre todo cuando la muleta voló templada sobre la mano izquierda. Tan a gusto todo, que tras una entera tendida el propio Morante cogió la puntilla y acertó a la primera. Delirio.

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