El sagrado poder de la indumentaria
Selene Muñoz aborda su baile en solitario con una creación individual La artista tiene una pose de raigambre muy estudiada y sus vueltas cierran con brío y justicia
Como parte del ciclo de conciertos de los lunes, que bajo el paraguas Salón des Lumières presentan música de cantantes, grupos y estilos fuera de los estándares, esta vez ha sido la bailarina Selene Muñoz, una figura singular dentro de su generación, con mucha voluntad y mucho tesón, esmerada en el aprendizaje, seria en su apostura escénica y comprometida con ofrecer lo mejor de sí misma. No juega Muñoz a lo fácil y a la corriente de neo-tipismo que invade como una plaga al sector de la danza teatral flamenca, sino que ahonda en sus intereses y en la exploración de su sensibilidad, busca en un camino propio y al parecer, es consciente de los muchos riesgos de esta aventura.
Para empezar, va sola a la escena, se arropa con músicos eficientes, pero aborda en baile en solitario y de creación individual. Está muy claro que su inspiración va en dos direcciones, de un lado la que viene del pasado remoto, aquellos recitales que desde los años veinte del siglo pasado se hicieron canon y que comenzó la gran Antonia Mercé La Argentina. Selene sensatamente no la emula, sino que atiende al formato de los intermedios musicales y de acercar la parte comunicativa de los bailes. Por otro lado, se inspira en el presente y en el experimento de fusión, no desdeña elementos extemporáneos al género y los aglutina en su quehacer.
No aparece en el programa en nombre del percusionista, que además asume el sintetizador y en un momento determinado vocaliza para después unirse en trío al contrabajo y al taconeo de la bailarina. Pues resulta que el papel de este músico es decisivo en el ambiente, con sus parainstrumentos (de la sartén al jarro y la hojalata) recurrentes pero muy efectivos, dando un toque especial cuando el baile quiere volverse conceptual sin excesos. Sus cuencos africanos logran unirse a la danza en una armonía rara, pero posible.
En esos recitales antiguos de referencia, la indumentaria, los trajes y aderezos de la artista, eran básicos; en su variedad y sorpresa estaba parte de éxito. Esto lo sabe muy bien esta bailarina que se sube al suelo acústico y taconea con convicción y en ese momento, sin bata de cola. Sus vestidos son un recital de imaginación y esta vez solamente llega la duda con unos agresivos zapatos dorados que están fuera de lugar. El resto es perfecto, cosido al detalle sobre ella y con un sentido plástico preciso, ayudándola en su apariencia de refinada sensualidad.
Selene Muñoz tiene una pose de raigambre muy estudiada y sus vueltas cierran con brío y justicia, lo hace también inspira por la estampa añeja, pero en cuerda muy actual; es elegante hasta lucir parsimoniosa, y eso ayuda a fijar en el espectador un dibujo de evocación.
Muy destacada la parte del cantaor El Mati, con una voz que, cuando quiere, es terciopelo, lo mismo que el ejecutante de contrabajo, buscando ritmos y sonoridades que iban del barroco a lo menos tonal. No había mucho público, pero el que estaba, se le entregó.
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