La noche de Rita Barberá
Siento que alucino porque me viene a la cabeza la imagen de la alcaldesa bailando en el exclusivo club enfundada en un pareo
Ha pasado mucho tiempo desde que Raimon compusiera La nit, exactamente cincuenta años, medio siglo. El recuerdo me ha venido al hilo del rebombori que se ha montado en torno a su figura por unas declaraciones sobre el proceso independista catalán. La polémica me ha alegrado. Una vez más, Raimon ha vuelto a demostrar que es un hombre libre. Me regocija pensar que la irritación de los nacionalistas españoles habrá sido pareja a lo de los fanáticos del independentismo. A ambos les rompe los esquemas. Pero esa satisfacción ha venido acompañada de una sensación de malestar al margen de la disputa entre ultranacionalistas. Es un disgusto profundo, que viene de lejos. Es la pesadumbre que me produce el recuerdo asociado a esa canción, La nit, una noche larga de la que era difícil salir, que entonces era el franquismo, y que ahora tiene otras fantasmagorías. Una pesadumbre que siento viva como si estuviera en un sueño despierto en el que esa noche perdura y en la que aparece, como un fantasma del pasado, Rita Barberá. Tendré que consultar al doctor Modiano, mi psicoanalista de cabecera.
Y sin embargo, no he soñado. Leo en un periódico local que el Ayuntamiento de Valencia, en consorcio con la Generalitat y el Gobierno, ha adjudicado la construcción y explotación, durante veinte años, de una parte de la playa de las Arenas y del viejo puerto, a una empresa para que construya un club, por definición privado, en el que habrá piscina, música chill out, restauración y otros servicios de postín. La historia de este exclusivo Beach Club Valencia me sonaba, algo de eso se había anunciado unos meses atrás. No le había dado importancia, porque Rita Barberá ha pregonado durante años el llamado Balcón al Mar, unas maravillosas instalaciones deportivas con piscinas olímpicas, cuya única realidad, al margen de cuantiosos gastos en proyectos arquitectónicos nunca ejecutados, consistió en arrasar los viejos chalets de Las Arenas y unas modestas viviendas, cuyos solares conforman hoy un erial lleno de coches. Pero ahora parece que la cosa es real, el Club de Playa se lo han adjudicado a una compañía detrás de la cual está el grupo empresarial las Ánimas, que me suena a la versión discoteca de los coros y danzas del PP y que contará con la ayuda en los fogones de la empresa que explota la restauración del Palau de les Arts, del Palacio de Congresos y del hotel Las Arenas, otro espacio de la playa privatizado por Barberá. Siento que alucino porque me viene a la cabeza la imagen de Rita Barberá bailando en el exclusivo Beach Club enfundada en un pareo… y es que, después de haber sufrido el trauma infantil de ver la imagen de Fraga en la playa de Palomares, no puedo imaginarme a esta señora en bañador. Manolo (yo, no Fraga), me digo, decididamente tienes que tomarte en serio lo de llamar al psicoanalista.
Con la lectura de los periódicos, intento volver a la realidad. Dicen que pagarán tanto y más cuanto por la concesión del club de playa y no puedo evitar pensar en el gran negocio que iba a representar para Valencia la fórmula 1, en el privatizado teatro El Musical, en Terra Mítica y en la Ciudad de la Luz. Y mientras se hace la hora de ir al psicoanalista, desempolvo un vinilo y escucho otra canción de Raimon: “Quan creus que ja s’acaba, / torna a començar, / i torna el temps dels monstres / que no són morts…”.
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