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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El partido antisistema

Echar a escobazos a esta gente y entronizar la honradez sería un programa suficiente para salvar el sistema

El muy perspicaz presidente Alberto Fabra ha dicho estos días que, por puro olfato, los electores están percibiendo una mejora de la situación económica y, consecuentemente, recuperan la confianza en el PP. Las constantes vitales de esta sociedad —paro, pobreza, quiebra del erario, falta de liderazgo— e incluso las encuestas solventes sobre la intención de voto revelan todo lo contrario: los populares lo tienen crudo para revalidar sus mayorías absolutas en esta Comunidad. Un pronóstico que explica el proceder airado de algunos de sus notables que ya han echado mano de su vetusto argumentario, sacando a relucir los viejos tópicos y una novedad: en esta ocasión sus andanadas apuntan contra el denominado tripartito —PSPV, Compromís y EU—, al que reputan de antisistema, además de otras lindezas.

No es sorprendente. Conocida la involución ideológica de los populares, en los que apenas puede rastrearse un atisbo de aquellos jóvenes liberales que in illo tempore nutrieron el partido, hoy serían incluso capaces de condenar —y de hecho condenan— por iluminadas a Teresa Forcades y Lucía Caram, las proféticas y mediáticas monjas que corajudamente juzgan y denuncian lo que ven sin apartarse un ápice de los preceptos evangélicos. No queremos imaginar lo que estas almas de cántaro —decimos de los voceros del PP— piensen de otras mujeres de izquierda, Mónica Oltra o Marga Sanz, por ejemplo, adalides de otro género de compromisos políticos, igualmente críticos. Lo cierto es que esta derecha política valenciana ha devenido reaccionaria hasta niveles insospechados.

A su entender, como queda anotado, la oposición es un frente antisistema, una plataforma partidista para dinamitar la democracia vigente, un peligro que las buenas gentes han de condenar. En realidad, más allá de la retórica explosiva, el único cargo evidente que se le imputa a esa peligrosa camada de presuntos transgresores de las buenas formas es el lucimiento de camisetas con leyendas un punto descaradas y alusivas a conflictos públicos o reivindicaciones políticas y sociales. Eso y, a veces, cierto desgarro al formular en las Cortes las quejas y demandas por los reiterados incumplimientos o alcaldadas del Gobierno. Mera traca y modesto espectáculo comparado con el descrédito de la política y la demolición de las instituciones llevada a cabo por los gobernantes, clientela y notables del PP.

Se necesita ser muy audaz o frívolo, como es el caso, para sacar a relucir estas minucias contestatarias de la oposición cuando se es reo vergonzante de tanto desafuero y esquilmamiento, protagonista a mayor abundamiento del más oprobioso y depauperado periodo de la historia política del País Valenciano. Un estigma que no se borra llenando de feligreses la plaza de toros de Valencia, como postula la alcaldesa de la ciudad, Rita Barberá, sospechosa ella misma de graves responsabilidades políticas en el enredo corrupto de Emarsa y candidata a una mención histórica como la obstinada edil que quiso —y en ello sigue— herir de muerte el poblado marítimo de El Cabanyal.

Es tal la devaluación del partido que nos gobierna que la oposición no necesita siquiera un discurso electoral. Le bastaría con exhibir una escoba, como en los años sesenta hiciera Joao Goulart (¿o sería Kubitschek? Es igual, eran de la misma cuerda) en Brasil. Echar a escobazos a esta gente y entronizar la honradez sería un programa suficiente para salvar el sistema.

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