La ciudad de los rincones vecinales
Barcelona cede una docena de solares a entidades que revitalizan la vida en los barrios. Las asociaciones crean huertos, talleres y ultiman un comedor social.
En algunos solares abandonados de Barcelona las malas hierbas han dejado de crecer y la porquería ya no se amontona. Seis meses después de que el Ayuntamiento cediera a varias asociaciones la gestión de 12 solares que parecían condenados al olvido, al menos la mitad de ellos ya han empezado a funcionar como focos de revitalización de la vida vecinal del barrio, de manera que ya hay residentes del Eixample o de Sants que comen guisantes de huertos comunitarios o que experimentan con material reciclado.
La mayoría de los solares son de propiedad municipal y están a la espera de que Generalitat cumpla con su compromiso y construya pisos protegidos, residencias para ancianos, institutos y otros equipamientos públicos. Pero el Gobierno de Artur Mas dejó claro que en un futuro inmediato no tenía previsto construir absolutamente nada, condenando a una ciudad tan faltada de espacios públicos como Barcelona, a mantener decenas de solares cerrados y vacíos. Para evitar esta situación, y contentar a las entidades que llevan años reclamando espacios, el departamento de Hábitat Urbano creó el Pla Buits y sacó a concurso hasta 19 solares repartidos por todos los distritos.
De todos estos, solo 12 sedujeron al Ayuntamiento, que el 7 de noviembre entregó las llaves. Según el acuerdo, “en tres años deberán abandonar el solar para que la Generalitat construya los equipamientos”, explica Laia Torres, responsable de Participación de Hábitat Urbano. La gestión de estos espacios recae sobre las asociaciones que presentaron sus propuestas al Ayuntamiento y lograron convencer a los gestores municipales de que su proyecto tenía suficientes garantías.
En algunos casos, el solar está gestionado por una sola asociación, como sucede en la Font de la Guatlla, en el barrio de Sants. En otros procuran organizarse varios colectivos, desde fundaciones a parroquias, pasando por las entidades vecinales, como en Sagrada Familia, y hasta por los indignados del 15-M, que gestionan el solar Germanetes, en la Esquerra de l’Eixample, seguramente el más activo de todos.
“Entrad, entrad, mirarlo desde dentro que lo veréis mejor”, les dice David a unos vecinos con cara de no entender nada que observan el huerto desde la puerta de la calle Viladomat. “Para nosotros es importante que venga gente nueva”, explica. David forma parte del colectivo Recreant Cruïlles, que tiene entre sus ambiciosos objetivos cambiar los coches del Eixample por árboles y zonas peatonales.
De momento, han empezado por el solar donde se ubicaba el antiguo convento de Les Germanetes. Además de un huerto comunitario, han levantado también una gran cúpula geodésica, con una estructura cedida por el equipo de arquitectos Straddle 3, que cubren con una lona para realizar asambleas o cualquier tipo de acto.
Por ahora, los que más provecho le sacan a la cúpula son los niños de los colegios del barrio, que cuando salen de clase van al solar a jugar. “Algunos niños ya vienen solos. Y esto nos parece fantástico”, valora David.
Quien també está encantada con Recreant Cruïlles es Cristina Carrillo. “El otro día cumplí 73 años y vine a celebrarlo aquí. Para mí son mi familia”, dice orgullosa. “Una vez al mes salimos fuera a hacer actividades”, explica Francesc Magrinyà, profesor de urbanismo y del Master de Sostenibilidad de la UPC. En estas salidas organizan mercados de productos naturales, actividades artísticas o multitudinarias paellas a cargo de Carrillo. El próximo acto será un mercado el 10 de mayo.
Otro de los proyectos más ambiciosos que se organizan desde un solar hasta ahora abandonado es el de Can Roger, en el barrio de la Sagrada Familia. Su objetivo es crear un comedor social, ya que el único espacio similar “está demasiado lejos y hay que ir en transporte público”, lamenta Ester Benach, de la Fundación Claror, una de las organizaciones que se ha implicado en el proyecto, que incluye también algunos huertos.
En todo este tiempo han conseguido preparar el terreno, reunir dinero, implicar a muchos voluntarios e incluso la casa que funcionará como comedor. “Ya nos la han dado pero necesitamos 30.000 euros para desmontarla, trasladarla hasta aquí y montarla”, explica Benach.
Can Roger, que es el nombre de los colectivos que gestionan este espacio, funcionan gracias a los donativos y a los voluntarios. Su intención es que el espacio se convierta en un punto de encuentro para los vecinos del barrio, que dé respuesta a una necesidad social, como es la de la alimentación, pero que también permita disponer de un espacio para hacer fiestas de cumpleaños, pases de cine...
También destaca el de la calle de Numància, donde la semana que viene empezará a funcionar un aparcamiento de bicicletas que permitirá dar trabajo a dos personas de los precarios asentamientos del Poblenou.
En otoño, el Ayuntamiento valorará cómo ha funcionado la iniciativa y se planteará ofrecer nuevos solares a otras entidades o renovar las cesiones actuales, en el caso de que la Generalitat siga sin construir los equipamientos. “Es evidente que no nos podemos permitir como ciudad que unos espacios llenos de vida durante tres años, queden muertos”, advierte Torres.
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