Nostalgia de kioskero
El escritor rememora las conversaciones con quien satisfacía su necesidad vital de leer prensa y agradece la mezcla de libros y discos que ofrecen los VIPS de la capital
1. Puente de Ventas. Me sitúo en la barandilla desde la que se divisan el parque de la Fuente del Berro y el Pirulí de RTVE y me limito a ver pasar los coches. Podría estar cinco horas y lo más probable es que no hubiera ningún accidente. ¿Son capaces los toros que se lidian en la plaza que tengo a la espalda de conducir sin estrellarse al instante? Somos una especie de una inteligencia genial.
2. Parque de la Fuente del Berro. No lo descubrí hasta que nació mi hija y tuve que llevarla a un sitio adecuado para niños. Había una senda botánica con los nombres de las plantas en latín, un tobogán asesino de dos metros con el hierro oxidado… El monumento a Bécquer, que visitaba todos los días, me lleva a recordarlo con mayor amor todavía.
3. Kiosko de Mariano. He visitado este establecimiento durante más de veinte años. Respirar, comer, beber, andar y dormir son las actividades más importantes de la vida. Para mí, la sexta es leer la prensa. La conversación con Mariano es también maravillosa. He aprendido muchas cosas con él. Tras mi cambio de domicilio, lo echo en falta y lo recuerdo con el mayor cariño. (C/Doctor Esquerdo, 17)
4. De boutique Baruk a Tabacos. Fui asiduo hasta que falleció el propietario, Alfonso González. Con él aprendí que el cliente siempre tiene la razón. Aunque hayan cambiado de negocio, en el timbre del portal aún se lee en letras pequeñas: Baruk. ¡Qué calidad, Alfonso, la de tus prendas! ¡Y qué exquisito tu trato con el cliente! (C/ Alcalá, 150)
5. Matadero Madrid. La primera vez que vi el nombre, me pareció espantoso. Pensé que era un error dejar la huella de las millones de reses que fueron sacrificadas allí. Cambié de opinión cuando se representó mi adaptación de Las troyanas, de Eurípides. Me di cuenta de que es una metáfora del arte perfecta: los buenos son capaces de contar su propia historia borrando las huellas personales. (Paseo de la Chopera, 14)
6. VIPS. Es una cadena de restaurantes que ha tenido la genialidad de incluir dentro una librería y una tienda de discos. Además, juegan con el vicio del cliente y ofertan promociones buenísimas. Luego llegas a casa y dices: ¿dónde meto esto?
7. El Corte Inglés de Goya. Le dedico un espacio en mi última obra. El narrador se cae de una escalera cuando intenta coger un libro. Entonces se le aparece san Pablo y le dice: “Cabrón, ¿no te da vergüenza haber escrito que un párrafo de mi Carta a los corintios podría cortarle las ganas de follar al lector durante un semestre?” (C/Goya, 85-87)
8. Café Gijón. Es el café literario por excelencia. Creo que lo tiene todo: es increíblemente acogedor, está pegado a Cibeles, es extremadamente bonito y el producto es bueno. (Paseo de Recoletos, 21)
9. Instituto Cervantes. La prueba más clara de la ignorancia de España es que hasta 1991 no se funda una institución que promueve nuestra lengua y nuestra cultura por todo el mundo. Me encanta pasar por delante del edificio, es muy señorial y representativo. A la entrada tienen como 10 folletos, pero ninguno de ellos explica qué es el Instituto Cervantes. Sugerencia de usuario: más publicidad. (C/ Alcalá, 49)
10. Iglesia de Nuestra Señora de Covadonga. Entré por primera vez con mi hija para enseñarle qué era aquello. Estaban en misa, cantando, y le fascinó. A partir de ahí, la visitamos con frecuencia. A veces se me escapaba y se metía en el confesionario. Menudo apuro. (C/ de Francisco Silvela, 2)
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