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El caso del cantautor callejero y feliz

El ambivalente Ramón Mirabet estrena ‘Happy days’ El disco ha sido grabado después de tocar en la vía pública por toda Europa

El músico Ramón Mirabet.
El músico Ramón Mirabet.Claudio Álvarez

Hay algo de ambivalente en la figura de Ramón Mirabet, un tipo sonriente y vitalista de 29 años que no para de pensar en la muerte, un rubiales manifiestamente guaperas para el que la felicidad comienza por aceptarse tal y como uno es, un culé de cuarta generación que ama la senyera pero no se siente catalanista ni independentista. Tan delicioso resulta en sus paradojas que ejerce como cantautor optimista en una generación de trovadores manifiestamente melancólicos y debuta con un álbum tan radiante como para titularlo Happy days (Días felices). “Aunque yo lo traduciría casi como ‘Esto es vida’. Lo decía mucho un amigo de Tasmania con el que compartí casa frente al mar”, desvela este trotamundos recién llegado a Atocha con lo puesto, una guitarra y una mochila, para estrenarse mañana domingo en El Búho Real.

Estrenarse en sentido clásico, aclaremos: en una sala equipada para la música en vivo y con entradas a la venta. Porque Mirabet ha tocado varias veces en Madrid y por todo el continente europeo, pero siempre en lo ancho de la calle. Quizá le hayan escuchado en la Plaza Mayor o por el Parque del Retiro. “Mis primeros cinco euros madrileños los gané en una Feria del Libro y me los dio María Teresa Campos, que estaba firmando en la caseta de al lado”, comenta con gesto divertido este muchacho de alma bohemia y alergia a la televisión que ‑¡oh, paradojas!‑ comenzó a explotar su buena estrella frente a las cámaras.

La historia arranca en París, cinco años atrás. Mirabet le ha cogido gusto a tocar en la calle (“Montmartre es la colina del buen rollo, su magia no la tiene ni la Plaza de Catalunya”) y una amiga insiste en inscribirlo en La Nouvelle Star, el equivalente francés de Operación Triunfo. La audiencia se queda prendada de esa voz cálida y tierna, de la melenilla rubieja y unos ojos con destellos del color de la miel. Se convierte en el favorito del público una semana tras otra y las revistas televisivas lo retratan en sus portadas con la camisa desabrochada y una sonrisa resplandeciente. Ramón finaliza el concurso en tercer puesto y con todo el despliegue mediático a su disposición, pero rechaza todas las ofertas y decide regresar a su vida de siempre. La de la mochila al hombro y la funda de la guitarra abierta para recabar algunos euros.

“No me arrepiento de nada”, recapacita ahora. “En lo personal me lo pasé muy bien y musicalmente fue todo tan frustrante que aprendí lo que no quería ser. Me encontraba desubicado e incómodo, así que volví a lo mío: escribir canciones propias que me satisfagan y, a ser posible, no se olviden nada más escucharlas…”.

Esas son las composiciones que integran Happy days, un disco soleado, hermoso y en inglés que suena a Jesse Harris, Amos Lee u otros grandes de la canción folk contemporánea. Que se grabó con 20.000 euros, un presupuesto casi opulento para estos tiempos, gracias al dinero que Ramón fue recaudando moneda a moneda por toda Europa. Y que testimonia el fugaz resplandor de la juventud. “Porque mis canciones no son nada deprimentes, pero no paro de pensar en la fugacidad, en que estamos abocados a la nada. Y quieren ser directas, pero… apenas tienen estribillos”. Contradicciones de la vida talentosa a los 29 años.

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