Muros vela a sus muertos: “Nadie se acostumbra a las tragedias del mar”
Los buzos no logran acceder al casco del 'Santa Ana', hundido a 30 metros de profundidad
Un incesante trasiego de personas ocupó ayer el pequeño tanatorio de Esteiro, en el municipio coruñés de Muros, de donde son cuatro de los nueve tripulantes del pesquero Santa Ana naufragado el lunes en Asturias, así como su armador. Permanecen desaparecidos, probablemente atrapados en el pecio, seis marineros, dos de ellos vecinos de esta villa costera, y por ello la angustiosa espera de noticias entre sus familiares y allegados se trasladó ayer al pequeño edificio junto al mar donde se velaba a Indalecio Mayo Brea, otra de las víctimas de esta tragedia.
El Santa Ana está hundido a 30 metros, en posición vertical, a merced de las corrientes. Esa circunstancia, unida a la escasa visibilidad de las aguas, impidió ayer a los buzos acceder al pecio. La espera “no hace más que añadir dolor y sufrimiento”, comentaban en Esteiro familiares de los marineros.
El cadáver de Indalecio Mayo apareció junto al de su compañero portugués Francisco Gomes Fragateiro a las pocas horas de hundirse, frente al cabo Peñas, sobre las cuatro de la madrugada del lunes, el pesquero en el que habían embarcado esa misma noche. Carpintero reconvertido por la crisis en marinero, a Indalecio, de 50 años, casado y padre de dos hijos, le gustaba practicar buceo. Pero su afición a sumergirse en los fondos marinos no le valió de nada cuando, mientras la tripulación dormía, el barco chocó contra la rocosa isleta de Herbosa y se fue a pique. Sin embargo, fue su maestría en ese mismo deporte lo que ayudó a salvarse al único superviviente, su vecino de Muros, Manuel Simal Sande, según relató su esposa. El que era patrón del Santa Ana le costó un mundo salir del barco hundido, invadido “por agua y gasoil”, y pudo ser rescatado gracias a la rápida intervención de otro pesquero que estaba en la zona. Recuperado de la hipotermia y de múltiples contusiones, llegó a Muros a última hora de la tarde. Con muestras de abatimiento, relató a los periodistas: “Me desperté saltando por al aire y con un golpe muy fuerte en la cabeza Pegó el impacto, se apagó el motor y las luces. Fueron como dos segundos”. Simal no tiene dudas de que los desaparecidos están dentro del casco: “Yo grité, pero no oí ni vi nada. No les dio tiempo a salir”.
“Las familias están destrozadas, el armador también. Están intentando creerse esta tragedia”, comentó Rosa Piñeiro, que hace de portavoz de las familias en una localidad de pescadores de toda la vida que, pese a estar marcada por naufragios similares, “no acaba nunca de acostumbrarse” a estas tragedias del mar.
Muy cerca de las casas de Manuel y de Indalecio, está la de Lucas Mayo Abeijón, de 33 años, que también decidió enrolarse en el pesquero cuando hace tres años empezó a escasear trabajo en la construcción en Canarias. Sus allegados reseñaban la dureza de la espera de noticias para su mujer, que también perdió a su padre en el mar siendo pequeña, y de sus hijos de diez y tres años. Como también lo es para la familia del maquinista Manuel Tajes Sendón, de 43 años, casado y con dos hijos.
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