El único colegio público del centro de Valencia abre sin medidas de seguridad
No hay paso cebra y los alumnos se la juegan por culpa de un aparcamiento
Sin paso cebra, sin acera suficiente, enfrentada a los contenedores de basura, sin placa alguna que lo evidencie, en el número 3 de la calle de Cirilo Amorós, a cien metros del Ayuntamiento de Valencia, hay una escuela pública con la entrada encajonada entre el acceso a un aparcamiento para más de 300 coches y la puerta de peatones de este gran garaje subterráneo. Encima emerge la fachada protegida de un edificio de cuatro alturas donde se educan cerca de dos centenares de niñas y niños de Primaria e Infantil.
El viandante solo puede adivinar que hay un colegio cuando las madres y padres con carritos de bebé se agolpan frente a un portalón no muy visible con una señal que indica la accesibilidad para discapacitados. El estreno de aulas nuevas del único colegio público del centro de la capital, el San Juan de Ribera, el pasado día 7 de enero, ha dejado un sabor agridulce en las familias, a pesar de ser uno de los colegios más anhelados de la ciudad. “Antes estábamos como refugiados, en el antiguo colegio Santa Teresa, donde los niños llegaron a compartir espacio con educación para adultos”, explica una madre de la directiva del AMPA. Justifica así lo bien recibido que ha sido el traslado desde aquellas vetustas aulas junto al cauce del río, en el otro extremo del casco histórico, al oeste, al que se desplazaban incluso desde el parque Manuel Granero de Russafa, no muy lejos de la salida a Alicante hacia el este.
Para acabar de entender la satisfacción por el cambio, hay que apuntar que incluso en el viejo Santa Teresa ya habían ganado en algo las familias respecto a la situación anterior. “Nos alegramos de que por fin pudieran estar juntos los niños de infantil y de primaria”, recuerda otra madre. ¿Qué dónde estaban antes? Pues donde están ahora, solo que en peores condiciones. De cuatro a siete años, escolarizados en otra calle, Maestro Gozalbo, donde estaba el comedor común, y a partir de ocho en Cirilo Amorós, donde los alumnos tenían que jugar en un patio de manzana con techos de uralita, se quejaba la directora en 2006.
La escuela solo tiene un acceso junto al de un aparcamiento para 320 vehículos
Tras años de peripecias, ahora los de infantil están en el nuevo edificio reconstruido de cuatro plantas, aunque sea en aulas hechas en lo que iba a ser el gimnasio; las instalaciones son nuevas y han ganado espacio. Pero a las representantes del AMPA les preocupa especialmente la seguridad del acceso. “El Ayuntamiento se comprometió a quitar plazas de aparcamiento en superficie, hacer un paso cebra, retirar un contenedor”, aseguran. Nada de eso se había hecho ayer. Tampoco la mejora que para estas madres supondría que los más pequeños accedieran por la parroquia del número 13 de la misma calle, sin la amenazante salida del aparcamiento.
La construcción del nuevo inmueble escolar ha sido asumida por la empresa AZA como carga de un plan de acción integrada que le ha permitido edificar en la céntrica manzana el aparcamiento subterráneo, un hotel de 100 habitaciones cuyas salidas de emergencia dan al patio escolar, y una galería comercial.
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