Antídoto navideño
La banda de Manu Rodríguez enriquece sus melodías con sarcasmo e insatisfacciones
Ahora que la contaminación lumínica goza de licencia municipal, los coros filipinos asaltan al viandante con versiones de la pavorosa Heal the world y los kilómetros de espumillón se erigen en unidad métrica de la felicidad, conviene recuperar la fe en el ser humano con sus exponentes más lúcidos, sagaces y apegados al sarcasmo. Manu Rodríguez y sus chicos (y chicas) de Rusos Blancos pertenecen a esta variante: no solo son ingeniosos como no se estila en nuestro pop romo, sino que coleccionan melodías instantáneamente pegadizas, manejan referencias musicales decentes y anoche, en el Teatro del Arte, se dieron el gustazo de convocar a los amigotes indies, alternando temas propios y de los invitados. Aunque a veces se armasen líos transportando tonalidades.
Los madrileños se convirtieron en un inopinado antídoto navideño, de acción reforzada gracias a Templeton, Fran Nixon, Julio de la Rosa y Cosmen Adelaida. El arranque, Dudo que el amor nos salve, resultó sintomático: un flechazo en una clínica venérea aderezado con aires de Supertramp (no fue la única ocasión: Los días tomaba prestados los teclados de Goodbye, stranger). Otras veces asoma la nueva ola y hasta el jovial desparpajo de Orange Juice en Tus padres, tu novio, tú y yo. Y, casi siempre, la mirada ácida: la insatisfacción del hombre moderno (Oro, disfruto), los desaires poco deportivos (“un animal muerto en tu almohada no fue manera de decir lo siento”), las situaciones embarazosas. La vida: ese episodio desconcertante que acaba mal.
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