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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Riqueza desaprovechada

Quizás Wellber (31 años) sea todavía demasiado joven para poder abordar este 'Réquiem'

Si hay una obra que no tolera intemperancias ni excesos es, precisamente, el Réquiem de Brahms. En ella, el acercamiento a la muerte se realiza desde la contención (que no implica la ausencia de angustia) y la intimidad, alejándose de rituales o dramaturgias del terror. Es sombrío y sosegado en términos generales, y aunque también incluya episodios luminosos, nunca debería resultar grandilocuente.

La denominación de “alemán” no hace sólo referencia a la lengua en que se canta, sino, también, a la libre elección de textos que lo diferencian de la tradición romana en las Misas de Réquiem. Se aproxima así a las austeras concepciones luteranas, máxime –y por eso este Réquiem es genuinamente “alemán”- cuando Bach se hace tan presente: en el segundo movimiento (Denn alles Fleisch, es ist wie Gras) hay un coral también utilizado por Bach en una de sus Cantatas (la BWV 27). Pero el mejor homenaje deviene del primor y la maestría en el tratamiento contrapuntístico. Reivindica así Brahms, en pleno Romanticismo del cual no reniega ni se aparta, una severa herencia alemana que condiciona, además de la lengua y el espíritu, procedimientos puramente musicales.

Un Réquiem alemán

De Johannes Brahms. Orquesta y Coro de la Comunidad Valenciana. Director: Omer Meir Wellber. Solistas: Markus Brück y Hila Baggio. Palau de les Arts. Valencia, 20 de noviembre de 2013

Por eso no se entiende que Omer Meir Wellber se aproximara a esta partitura con una estética más bien de bombo y platillo: dinámicas exageradamente contrastadas, tejido orquestal (y coral) poco clarificados que impedían apreciar bien el fugato y las dobles fugas, y descuido al plasmar la riqueza tímbrica de la orquestación. Cierto es que, esta vez, ni el coro, ni la orquesta ni los dos solistas se mostraron en su mejor momento, pero Wellber, primer responsable de la versión, no pareció comprender que se enfrentaba a una obra donde el fortissimo no se convierte en retórico, donde resulta imprescindible no dejar que el coro grite, donde la condición necesaria de ajustar la polifonía debe acompañarse, además, de una clarificación sonora que permita seguir el trenzado de los hilos, y donde el empaste de las voces entre sí y con la orquesta se traduzca en una unidad interpretativa.

Hubo pocos momentos en que la visión de la muerte adquiriera ese tono de meditación contemplativa y, a la vez, suavemente esperanzada, que pide Brahms: no todo se resuelve con escanciar un pianissimo de vez en cuando. Este Réquiem es muy complejo, a todos los niveles. Quizás Wellber (31 años) sea todavía demasiado joven para poder abordarlo, pero lo cierto es que desaprovechó la inmensa riqueza de la obra.

El concierto del miércoles fue el primero de los tres con los que el director israelí se despide de Valencia. Esta temporada ha plasmado ya una anomalía importante: siendo todavía director musical del Palau de les Arts, no ha dirigido ni va a dirigir ninguna de las óperas programadas. Sin embargo, ha ofrecido y ofrecerá un total de seis conciertos sinfónicos, entre los que se cuentan el del pasado día 20 y los de los días 24 y 29.

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