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Espriu, en su caleidoscopio

Una muestra en el CCCB repasa la construcción del poeta como gran autor e icono

Carles Geli
Piezas escenográficas de obras de Espriu en el CCCB.
Piezas escenográficas de obras de Espriu en el CCCB. J. SÁNCHEZ

El prohombre, traje y puro, informa a los trabajadores de su fundación que ese mes no cobrarán. La culpa es del Estado, dice, para concluir categórico: “Cuando seamos independientes no pasarán estos abusos enormes”. Una de sus empleadas lanza, al final: “¿Así, señor director, ahora tampoco cobraremos?”. El diálogo, potencialmente de absoluta vigencia, es de Els subalterns, cuento de Ariadna al laberint grotesc, que un siempre crítico en lo social Salvador Espriu escribió en 1935 y que es recreado en cómic animado en una pared de 10 metros de largo en la exposición Espriu: he mirat aquesta terra, que desde mañana y hasta el 24 de febrero puede disfrutarse en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.

El cuento, sin duda rescatado con intención en unos tiempos en que se potencia la faceta nacionalista del poeta, es una de las mejores muestras de la caleidoscópica figura del autor de Primera història d'Esther, retratado con riqueza de detalles en los 1.200 metros cuadrados de la muestra. El acierto en el doblete síntesis-atractivo expositivo del comisario Julià Guillamon y la calidad de los asesores (Xavier Bru de Sala, padre del guión; la experta Rosa Delor, el biógrafo Agustí Pons…) justifican que la muestra se venda como uno de los actos centrales del Any Espriu.

Los 300.000 euros del presupuesto parecen bien invertidos

Los 300.000 euros del presupuesto parecen bien invertidos. El primer apartado de la muestra, su ámbito mítico, arranca con un diorama del jardín de su casa familiar en Arenys de Mar, donde Espriu jugó de pequeño y pasó horas de reflexión de adulto. Sobre esas paredes están los cuadros de su abuelo, el obispo Català, de su madre (de la que cree haber heredado su vertiente calvinista que su hijo cree que ella tiene “en los abismos del subconsciente”) u otro de su padre notario, “tan admirable y detestable”.

Ahí está una joya, una filmación de 1922 donde Espriu, nueve años, pelo al cero y de marinerito, no para quieto con sus hermanos, apunta con una escopeta de madera o intenta morder en broma al mayor. Un niño feliz, lejos de la imagen adusta que exhibirá de mayor, aun no marcado por la muerte de dos de sus hermanos y la larga enfermedad que le postró en cama al lado de la parca, como muestra una inédita fotografía.

Piezas de Espriu expuestas en el CCCB.
Piezas de Espriu expuestas en el CCCB.joan sánchez
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La imagen está cerca de los dibujos de su padre que inspiraron su tono literario caricaturesco, de personajes populares de Arenys que él incorporará a su mito de Sinera y de los que se muestra fotos, o de los grabados franceses de sus bisabuelos que conformaron la iconografía mental de su Primera història d’Esther. De ahí surgirán obras al principio no bien recibidas: “Moralmente malsana”, dice Manuel de Montoliu de Laia; “Se ha dejado llevar por la fácil tentación de hacerse un estilo propio”, escribe Maurici Serrahima de Aspectes (1934).

El color negro predomina en el segundo gran bloque porque incluye la muerte de su gran amigo Bartomeu Rosselló-Pòrcel, la de su padre (1940), que le obligará a ponerse a trabajar de abogado, y la clandestinidad del catalán. Pero ahí estará La pell de brau cuya carga política el franquismo no supo leer (el expediente de censura 860-59, de 20 de febrero de 1959, concluye “Salve”), un trampolín para el poeta-símbolo que lo será gracias sus declaraciones a modo de oráculo, a la popularización a partir de las adaptaciones de Raimon y las representaciones de Primera història d’Esther y Ronda de mort a Sinera (en la muestra, resuelta con tino con 15 escenas tipo fotonovela), que abordará la Escuela de Arte Dramático Adrià Gual y Ricard Salvat.

Como en un desfile de personajes a lo Fellini, y tras pasar por episodios como las diferencias morales con Josep Pla, la muestra cierra con dibujos de sus seres carismáticos

Muchos de los figurines y decorados de esas obras ilustran la exposición, que desemboca en la imagen pública de un Espriu que éste construye a plena consciencia: fotos donde se muestra con los años sobrio pero vitalista (años 50 y 60, con instantáneas inéditas de Xavier Miserachs) para acabar más solemne y adusto.

Como en un desfile de personajes a lo Fellini, y tras pasar por episodios como las agrias diferencias morales con Josep Pla (cena de la Lletra d’Or de 1957), la muestra se cierra con dibujos actuales de sus seres carismáticos (Tianet, la reina Esther, el mago Sembobitis…), el cuento de marras (“Espriu fue víctima de la Transición, se olvidó su protagonismo de los 60 y 70 y se le leyó sesgado en los 80”, dice Guillamon), un armario que se hizo construir plagado de compartimentos donde guardaba desde el diccionario Fabra o una Biblia protestante a sellos de correos y corbatas, y una muestra de primeras ediciones de sus obras y dedicatorias. La última de éstas, a su hermano: “Noi, m’han convertit en una patum”.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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