Atribulados por las trampas
El presidente trata de salvar los muebles, pero dudamos de haya afrontado el problema con el brío que requiere la gravedad del mismo
La financiación ilegal del PP valenciano ha sido una certidumbre más que una sospecha para los medios políticos sin que tal irregularidad y reproche hayan importado una higa a los responsables del partido. Políticamente hegemónica y poco menos que impune, la formación conservadora ha gastado a manos llenas en despliegues electorales, propios de quien se ha puesto la moral por montera y no tiene que rendir cuentas porque tampoco hay o había quien oportunamente se las pidiera. De este modo, ha podido arrollar a la oposición y aderezarse sucesivamente las mayorías absolutas que quizás le otorgaron la legitimidad para gobernar, pero no y de ningún modo para hacer de la democracia un sayo a la medida de sus propias codicias y desmanes.
Pero al PP le ha llegado su San Martín y no pasa semana sin que alguna de sus trapacerías o atracos aflore en forma de noticia o suceso judicial. Así, estos días ha merecido el honor de primeras páginas el dinero negro —más de 3,5 millones de euros— con el que, según la Agencia Tributaria, los populares financiaron los ejercicios de 2007 y 2008. Un asunto —uno más— que ya está en manos del Tribunal Superior de Justicia de la CV y se supone que algún día, ad calendas graecas —o sea, cuando todos estemos calvos—, resolverá si hubo el delito que se desprende de las evidencias. Pero al margen de lo que sus señorías sentencien ya está claro que el PP compitió electoralmente con ventaja y eso también está penado. Por mera salud democrática, los culpables deberían disfrutar de un dilatado hospedaje en Picassent.
Lo chocante de estas cifras millonarias, y otras asimismo cuantiosas y de similar origen que nutren las arcas populares, es el contraste con los casi franciscanos presupuestos que constriñen a la oposición, que sobrevive básicamente a costa de sus afiliados y exprimiendo el sueldo de sus representantes institucionales. Se argüirá que la derecha, aún en buena lid, siempre gozará de más caudales y rumbosos padrinos, pero lo escandaloso y nefasto para la salud democrática no es tal diferencia, sino el abismo en la cuantía de unos y otros recursos así como el origen delictivo y color negro del dinero que en buena parte ha financiado las victorias peperas. Por demás está insistir en la inaplazable regulación y eficaz control de las finanzas partidarias. Un vacío que causa estupor.
Aludíamos a las trapacerías del PP y añadimos que constituyen serias tribulaciones para el Molt Honorable, Alberto Fabra, a quien el partido y la legislatura se le van de las manos. Cierto es que el presidente trata de salvar los muebles, pero dudamos de haya afrontado el problema con el brío que requiere la gravedad del mismo. Cuando el partido legado por su predecesor pedía a gritos un cirujano con mano de hierro que cortase por lo sano tanta corrupción, con la sangría consiguiente, pero necesaria para restaurar la respetabilidad del colectivo, resulta que nos hemos encontrado con un número circense, habitual en el repertorio de los populares valencianos, consistente en aunar la reivindicación del partido con la de la imagen la Comunidad. No otra cosa ha sido ese chute de euforia que la derecha indígena se metió el jueves pasado en el puerto de Valencia con el pretexto de un Acuerdo por la Sociedad Civil. Bufes de pato o meras tiritas para recomponer la desmoronada imagen del país, un cometido que se le reserva al ganador de las próximas elecciones. Este PP ya es un difunto con pase de pernocta.
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