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crítica | rock
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La pasión reconcentrada

Los taciturnos Neuman dejan asomar un optimismo pertinaz en algunos de los temas de su nuevo disco 'Bye fear, hi love'

Los integrantes de Neuman.
Los integrantes de Neuman. uly martín

Andan los chicos de Neuman tan seguros de sus posibilidades que abren boca en El Sol con My sweet homecoming, pieza de movimientos mínimos y un piano con arpegios de regusto chopinesco que la sala, casi abarrotada, degusta desde el ensimismamiento más sepulcral. Esa complicidad entre público y escenario se prolonga con You fill my heart,que también arranca clasicista pero deriva ya en un vigoroso estallido guitarrero. Resulta curioso advertir que cualquiera de estos dos títulos no desentonaría en el repertorio de Muse: es lo que tiene haber escuchado los discos de Queen hasta debajo de la ducha.

Por lo visto en la madrugada del sábado durante 105 muy intensos minutos, el cuarteto de Paco Román se afianza como una de las formaciones con más personalidad del rock peninsular. Tanto en su formulación acústica como cuando deriva hacia la catarsis más ruidista, Neuman ha sabido definir un sonido identificable y sólido, a caballo entre el sentimentalismo y la épica. Román es ese chico sensible que sufre pero se resarce, y ha encontrado el contrapunto perfecto en la efervescencia de Fernando Lillo. Sus teclados nunca buscan rellenar sino enriquecer, cosa poco frecuente en nuestra música popular.

El grupo tiene aún margen de mejora en algunas letras más bien esqueléticas, consecuencia habitual de quien escribe en una lengua distinta a la que le sirve para vivir y sentir a diario. Las hechuras, por lo demás, son magníficas. Bye fear, hi love, la pieza que titula su reciente EP junto a Ken Stringfellow, es lo más soleado, contagioso e inmediato que los murcianos hayan grabado jamás, aunque otro título del nuevo álbum, Hell, compite en efervescencia. En ambos casos, nuestros taciturnos muchachos dejan asomarse a ese optimista pertinaz que todos llevamos dentro, como si las dos piezas se hubiesen concebido tras repasar la discografía de los Jayhawks (o, aún mejor, de Golden Smog).

La voz emotiva y quejumbrosa de Román despunta en las baladas (Ingrid, la maravillosa I have the will) y enloquece con la apoteósica hecatombe final de Sil fono, casi 10 minutos de gran inspiración en los que el teclado repiquetea hasta el infinito una monótona frase otoñal mientras guitarra, bajo y batería van desencadenando una tormenta perfecta. Era estimulante contemplar los rostros de los músicos, sudorosos y absortos, con las miradas perdidas en algún punto del infinito. Inmersos en esa pasión reconcentrada que debería llevarlos mucho más allá de los Pirineos.

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