Juegos y mimos para los delfines
Nueve cetáceos trabajan en el espectáculo del Zoo Aquarium de Madrid
Empieza el espectáculo en el delfinario del Zoo de Madrid y hacen su aparición los machos Lito y Loren y las hembras Angel, Mancha, Mery, Guarina, Iruka, Lala y Noa. Algunas son crías nacidas en el delfinario. Nueve cetáceos, de la especie mular (Tursiops truncatus), la más común. Ya quedan pocos de los que llegaron de Cuba en 1987, año en que se inauguró en su emplazamiento actual.
“A tenor de una normativa europea de obligado cumplimiento, todos los delfines que viven en acuarios ya no son capturados en los océanos y, según el mismo programa, como se reproducen en los delfinarios, se realizan intercambios entre unos centros y otros de acuerdo a las necesidades y las circunstancias”, explica Carlos de las Parras, responsable del delfinario de Madrid y preparador.
Además de por su gran inteligencia, el delfín destaca por su sociabilidad y capacidad de adaptación.
Posee un complejísimo sistema de comunicación y una corriente de afectividad dentro de la propia especie. Un signo muy conocido de ellos, y por lo que suele inspirar simpatía en los humanos, es su sentido de la solidaridad. Por ello es también uno de los animales más estudiados.
“Les vuelve locos que les quieran, que les acaricien”, dice un preparador
De las Parras advierte de que el delfinario cuenta con nueve animales porque el espacio disponible es ideal para esa cifra. Hay una piscina principal de 36 metros de longitud por 10 de anchura y 5,20 de profundidad, con capacidad para más de dos millones de litros de agua, a la que hay que sumar dos piscinas secundarias para el cuidado y mantenimiento de los delfines, que disponen de 300 metros cúbicos de agua salada para juguetear con flotadores arcos y pelotas cuando no tienen que salir a escena.
Como ciertos delfinarios, el de Madrid se planteó tener algún programa terapéutico para niños autistas, con problemas de hiperactividad o síndrome de Down, pero “el proyecto resultaba demasiado complejo, debían intervenir otras instituciones y no se contaba con las instalaciones más adecuadas”.
Según el biólogo Agustín López Goya, se sigue una práctica sanitaria de prevención y cada dos meses se les hace un reconocimiento veterinario con análisis de sangre y ecografías. “Como ya están entrenados para ello, se dejan pinchar en la aleta troncal, la de la cola, sin inmutarse, del mismo modo que no se mueven al realizarles la ecografía. Se portan de maravilla todos, son seres muy disciplinados”, agrega.
“Solo obedecen si sienten que están jugando”, comenta otro entrenador
Quienes mejor les conocen son los preparadores, nadadores y cuidadores. En cuanto ellos aparecen en la llamada playa, el espacio más próximo a la piscina grande, los animales se arremolinan velozmente desde el punto en el que estén. Y empiezan a hablarles con sus pitidos y silbidos.
Son auténticos devoradores de pescado. Los adultos suelen ingerir diariamente unos ochos kilos y los peques unos 3,5. Les gusta el arenque, el espadín, el capelín, la caballa, los calamares… Comen cinco o más veces al día, en función de las exhibiciones.
¿Cómo se le hace más feliz a un delfín? Sin la menor vacilación De la Parras responde que “jugando con él y queriéndole y haciéndole mimos”. “Les vuelve locos que les quieran, que les acaricien, que les besen, que les digan cosas agradables y en tono armonioso. Saben perfectamente cuándo se les dice algo bonito y cuándo se les regaña”.
Según Antonio Martínez, preparador y nadador en el espectáculo, aunque suelen ser bondadosos por naturaleza con el hombre, “cada animal posee su carácter y, como las personas, a veces tienen sus días malos y se enfadan”. Esto significa que en plena exhibición se pueden negar a hacer algo “porque hay un pequeño pique entre ellos, pero los espectadores ni lo notan, y es algo momentáneo, que se les pasa tan rápido como ha venido”.
El entrenamiento para el espectáculo “nunca debe suponer órdenes y disciplina para ellos, sino juegos, siempre juegos, y juegos premiados con pescado o muestras de cariño; solo si sienten que están jugando cuando, por ejemplo, saltan, pasan por debajo o encima de un chorro de agua, entran por un aro, etcétera, nos obedecen”, sostiene Martínez.
“Aquí los preparadores, nadadores y cuidadores hacemos un poco de todo. Nosotros les enseñamos a preparar la coreografía, la hacemos con ellos y les damos de comer. También contamos con un excepcional apoyo de veterinarios, biólogos especializados y ayudantes técnicos”, añade De las Parras.
De las Parras trata de defenderse de las críticas de quienes sostienen que los delfines deberían vivir en libertad y que la música del espectáculo les daña, ya que está comprobado que el sonido de los motores de los baracos causa problemas a los cetáceos que se orientan y comunican con su finísimo oído. El responsable del delfinario resta importancia a esa contaminación acústica y sostiene que bajo el agua el sonido externo les llega amortiguado. En todo caso, los animales sacan sus cabezas del agua en muchos momentos del espectáculo.
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