Compre y luego ya discutiremos
La feria itinerante Estelània vende todo tipo de objetos con la estelada
Las banderas se parecen a los productos de la prestigiosa firma La Perla en que, a), te ponen o no te ponen nada, b) muestran cosas importantes, si bien esconden lo fundamental, c) su uso prolongado hace que desprendan cierto tufo raro y, d), lo más probable es que estén confeccionadas en China. Se diferencian en que las banderas están viviendo una expansión que la lencería guarri sólo rascó, y precariamente, cuando el señor Dupont depuró en su laboratorio el nylon.
Una ilustración de todo ello es la feria itinerante Estelània, que el pasado sábado recaló en Palafrugell —los próximos 15, 16, 17 y 18, podrán disfrutar de sus servicios en Barcelona— sembrando la capital del Baix Empordà de objetos relacionados con la bandera. En este caso, la estelada de toda la vida, una bandera nacida en la Habana, cuando Macià montó aquella constitución catalana —que, me dicen, no estaba nada mal—, que la consagraba como bandera ad-hoc. Es, pues, técnicamente, una bandera mulata, que si viviera en una nave industrial barcelonesa ya la hubieran desalojado los SWAT.
Afortunadamente, su nicho es otro. Desde que el 12S pasado el Gobierno catalán abrazó esa bandera, como los indios mexicas abrazaron el cristianismo —con una pasión sólo comparable a su temor a ser exterminados—, la bandera vive en sitios donde ni estaba ni se la esperaba. Y en objetos que, temerariamente, hasta ahora había vivido sin bandera, como —según veo a lo largo y ancho de la calle Pi i Margall, el primer tipo que habló por aquí abajo de un Estado catalán, en las antípodas de como se ha hablado posterioremente: “Dividamos el Estado en Estados, y estos en Estados, a su vez divididos, que ejerzan el control unos sobre otros”, snif— tazas, zapatillas, espardeñas, más tazas, llaveros, joyería de urgencia, ropa interior against La Perla, camisetas, un 600 tuneado con estelada, puntos de libros, fundas para pasaporte y, según leo en el prospecto de una caseta “un espai de trobada del sexe fet i parlat en català”, que va y se llama Tita Barretina. También hay objetos de creación exclusiva, como el estampado personalizado, en tu camiseta de la Vía Catalana, del kilómetro en el que te ha tocado encadenarte, o unos manguitos para brazos, que —el vendedor informa de su funcionamiento a una niña de 10 años— están a huevo para darle la manita a tus dos compañeros laterales de la Cadena, a la vez que resultan “emocionants si balles sardanes”.
La bandera, esa cosa que está substituyendo la descripción del proyecto que pretende ilustrar, que camufla la crueldad democrática y social de no emitir presupuestos es, en fin, un mundo que no te acabas. Es un Gibraltar portátil.
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