Mentiras y su tipología
La ley de educación en trámite, con su interés en la generalización de pruebas diagnósticas, incidirá en el gran negocio de medir supuestos éxitos educativos
“Hay tres clases de mentiras: mentiras, malditas mentiras y estadísticas (There are three kinds of lies: lies, damned lies, and statistics)”. Puede que haya una cuarta clase, la de las citas apócrifas, ya que esta famosa afirmación atribuida al primer ministro británico Benjamin Disraeli (1804-1881) nunca se ha encontrado entre sus escritos ni en lo que se conserva de sus declaraciones públicas, a lo que hay que añadir que las primeras apariciones de la susodicha frase son posteriores a su muerte. Quizás Mark Twain fuera el responsable de todo ello, pues fue quien popularizó la frase en su autobiografía atribuyéndosela a Mr. Disraeli.
También parecen ser apócrifas las atribuidas a otro preclaro premier británico, Winston Churchill (1874-1965): “Sólo me creo las estadísticas que yo, personalmente, he manipulado (I only believe in statistics that I doctored myself)”; o la más gráfica: “Las estadísticas son como un borracho en una farola: la hace servir más de apoyo que de iluminación (Statistics are like a drunk with a lampost: used more for support than illumination)”.
En cualquier caso, independientemente del primer ministro que no las pronunciara, estas frases expresan con claridad una parte de la realidad de las estadísticas: son fácilmente manipulables, y es imposible resistir la tentación de producir con ellas una falsa premisa en apoyo de una convicción personal —habitualmente procedente de un sesgo sin fundamento en evidencia alguna—. A buen seguro que su poder de engaño reside en su precisión aparente —independientemente de que sea esa precisión la que limita la amplitud de su validez—; tampoco se puede desdeñar el poder que les otorga lo arcano de sus procesos estocásticos, inaccesibles para casi todos excepto unos pocos; ni la facilidad con la que se ocultan esos procesos y la impudicia con la que se ofrecen sus productos envueltos en una falsa apariencia de simplicidad, transparencia y equidad.
Un buen ejemplo del lado más oscuro de las estadísticas lo proporciona el artículo publicado en el último número del periódico Magisterio, del que se ha hecho eco Paco Cerdà Castelló en Levante–El Mercantil Valenciano (21/07/2013, El falso mito de las notas hinchadas en la concertada). En él se anuncia que hay quien pretende haber demostrado fehacientemente que los centros educativos con bachilleratos concertados a la hora de notificar a la sociedad el progreso educativo de sus alumnos muestran un comportamiento más noble que los centros públicos y que los privados sin concierto: la diferencia de 1,073 puntos entre las medias de los expedientes de los estudiantes en centros concertados y sus calificaciones en los exámenes de las pruebas de acceso a la universidad (PAU) es menos escandalosa que la que muestran los centros públicos (1,190) o los privados (1,228). ¡Con datos oficiales y apreciación hasta la milésima! ¡Inapelable!, aparentemente.
Carezco de los datos oficiales por ellos manipulados, pero no de la capacidad de cierto análisis de la situación. Por ejemplo, la diferencia mayor entre los tres tipos de centro que analiza la publicación Magisterio se da entre privados (1,228) y concertados (1,073) y arroja un valor de 0,155. Comparando el valor de esta diferencia con el valor mínimo de la desviación entre expedientes y calificaciones de PAU en los tres grupos, que es de 1,073, una operación sencilla nos dice a gritos que es casi siete veces más grande, por lo que la principal conclusión del estudio estadístico, y mucho mejor fundada, debería haber sido que todos los centros hinchan sus expedientes; en ningún caso se puede concluir de este tratamiento estadístico que sea un mito que se hinchen los expedientes en los centros concertados, y que públicos y privados sin concierto se parezcan más entre ellos dado que sí adoptan este fraudulento comportamiento; esta forma capciosa de tratar los datos oficiales por parte de la publicación Magisterio, lejos de refutar lo que anuncia lo confirma con claridad meridiana.
Por otra parte, los conjuntos analizados de centros públicos, centros concertados y centros privados sin concierto, no es obvio que se comporten de manera homogénea respecto de las variables que pretende analizar dicha publicación. Aplicando análisis estadísticos adecuados podría mostrarse a qué tipo de los tres, si alguno, pertenecen mayoritariamente aquellos centros que muestran comportamientos como los siguientes:
-Centros que muestran gran concordancia entre las calificaciones de los expedientes de sus estudiantes y las que éstos obtienen en las PAU: suele tratarse de estudiantes que consiguen calificaciones altas; la estrategia de algunos centros para conseguir este supuesto éxito académico consiste en no dejar que lleguen al segundo curso de bachillerato aquellos estudiantes que muestran riesgo de fracasar en las expectativas académicas que los centros se marcan como objetivo. Un análisis estadístico añadido sobre esta subpoblación, mostraría sin duda las calificaciones hinchadas que estos centros han proporcionado a sus alumnos en sus expedientes de primer curso de bachillerato para poder enviarlos a otras instituciones educativas; este comportamiento contribuye a su vez a la desviación posterior que puede que presenten sus calificaciones de PAU con las notas medias de sus expedientes de bachillerato.
-Centros con una gran dispersión en las diferencias entre las notas de los expedientes de sus estudiantes y las de las calificaciones que obtienen en las PAU. Estos centros, si bien sus medias aritmética pueden arrojar diferencias consideradas normales, la dispersión de los casos individuales es la más grande; suelen carecer de capacidad de elección sobre los estudiante o, si la poseen, deciden no ejercerla; también suelen recoger estudiantes de condición diversa rechazados por otros centros que sí ejercen su capacidad de elección en determinados momentos de la vida académica escolar.
-Centros que recogen estudiantes repudiados de otros centros por estar en peligro de fracaso académico en su bachillerato según sus estándares, y que a la postre les proporcionan expedientes poco acordes con las capacidades que posteriormente evidencian en las PAU. Algunos de estos centros muestran una desviación entre expedientes y calificaciones de PAU superior al 25%, y la estadística muestra la solidez del abuso que de este comportamiento hacen curso tras curso estos centros. Las autoridades educativas conocen los datos de las series históricas de estas desviaciones, pero no suelen intervenir.
-Centros cuyas características les permiten no presentar a sus alumnos a las PAU, habitualmente centros públicos extranjeros como los lycée franceses, las schulen alemanas, las scuola italianas o las skoler noruegas; o centros privados con acuerdos con organismos como el British Council. En unos casos los estudiantes obtienen su calificación de acceso mediante una tabla de equivalencias aprobada por el ministerio con competencias, situación que siempre les resulta manifiestamente desfavorable si desean acceder a los estudios universitarios en España con mayor demanda. En otros casos, su calificación de acceso coincide con la de su expediente académico conseguido en el correspondiente colegio, sin posibilidad de cotejo alguno con las otorgadas por la autoridad extranjera correspondiente, ni de que se aplique sobre ellas la equivalencia ministerial desfavorecedora, dado que los tiempos de resolución de unas y otras autoridades lo hacen inviable; en estos casos, la situación es claramente favorable para aquellos estudiantes que pretenden acceder a los títulos universitarios con mayor demanda.
Estos variados comportamientos, junto a algunos otros que ahorro al lector en aras de no desviar su atención del asunto principal, provocan desviaciones notables en las notas medias de los expedientes respecto de las calificaciones conseguidas en las PAU, y un tratamiento estadístico adecuado podría mostrar si existen correlaciones entre estas desviaciones y el carácter público, concertado o privado de los centros educativos de origen de los estudiantes. Utilizar las medidas estadísticas sobre grupos interesadamente constituidos y leer en ellas determinadas correlaciones para concluir sobre las causas interesadas que han forzado el mal uso previo de la estadística, es una práctica sucia que esconde intereses concretos y, por principios, inconfesables.
Como ya he dicho, carezco de los datos oficiales para elaborar una estadística honrada, pero en compensación poseo unas cuantas hipótesis que considero interesante investigar: ¿Qué motivación pueden tener, respectivamente, los colegios públicos, los concertados y los privados, a la hora de decidir hinchar los expedientes de sus estudiantes, esos que la patronal de la escuela concertada siempre se ha negado a que participen menos del 60% en la calificación de las PAU? ¿Qué centros se subscriben mayoritariamente al periódico Magisterio del grupo Siena, centros públicos, privados con concierto o sin concierto educativo? ¿Quién ha encargado este sesgado y pésimo estudio estadístico, que utiliza medidas equivocadas sobre poblaciones artificiales para concluir falacias interesadas? ¿Quién ha comunicado estas imposturas a un medio de comunicación general, convirtiéndolo en amplificador y cómplice de tan burdo engaño? ¿Pertenecía a un sindicato profesional, a una patronal determinada, o quizás era un responsable de un colegio público o de una administración educativa?
Habrá que darse prisa en recoger evidencias que refuten o corroboren honradamente estas y otras hipótesis plausibles, ya que la entrada en vigor de la ley de educación en trámite, con su interés en la generalización de pruebas diagnósticas, incidirá muy probablemente y en gran medida en el gran negocio de medir supuestos éxitos educativos y rendir así cuentas a la sociedad democrática desvelando quién no da la talla. Y ahí, de nuevo, y con mayor ahínco, se volverá a comparar interesadamente públicos, privados y concertados, como si la naturaleza contractual tuviera alguna relación de causalidad con alguna de las múltiples definiciones que se puede dar al éxito en la educación.
En cualquier caso, tras esta disparidad de intereses y situaciones que se dan en nuestro sistema educativo, generados por una regulación que ninguna ley orgánica de educación en la actual democracia española ha querido siquiera plantearse, se esconde un auténtico drama: los jóvenes que siguen en el sistema educativo tras cumplir los dieciocho años desaprovechan absolutamente todo un curso, completo, el segundo de su bachillerato, preparando unas pruebas supuestamente ideadas con intenciones normalizadoras y que ya desde su origen poco o nada normalizan; ese malgasto de energía y talento, en profesores y estudiantes de centros públicos, privados y concertados, debería considerarse una malversación de los caudales públicos, ya que se dedican a un uso completamente ajeno a su noble función: proporcionar una educación a las nuevas cohortes de estudiantes universitarios.
Óscar Barberá es profesor de la facultad de Magisterio de la Universitat de València
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