Diabólico cumpleaños
Un infiltrado en las huestes diabólicas de Comediants El grupo teatral recluta a exmiembros y amigos como 'dimonis' para celebrar su 40 aniversario
Uno quisiera haber sido Lucifer pero se quedó, ¡ay!, en Pedro Botero. Aún así, al agitar su bandera ardiente musitó versos de Milton desde las alturas mientras incendiaba alegremente la noche con su fuego.
En lo alto del edificio de la Fàbrica Moritz en la ronda de Sant Antoni de Barcelona un puñado de exmiembros de Comediants y amigos del grupo fuimos reclutados anoche (invocados, sería lo justo) para hacer de demonios aficionados en la fiesta con la que se celebraron los 40 años de la compañía y el estreno del documental que recorre su existencia y que se proyectó previamente en sesión multitudinaria en los cines Renoir Floridablanca.
Abajo, desde nuestra atalaya en la azotea, veíamos una multitud envuelta en el estrépito de tambores, pitos y cabezudos. La hueste infernal esperábamos nuestro turno paradójicamente tan cerca del cielo. Se nos había proporcionado unos holgados monos encarnados —yo esperaba un disfraz de mallas apretadas—, unas protecciones, bandoleras para petardos y unos cascos que más que en Belcebú hacían pensar en Akira Kurosawa. Ataviados como samurais cornudos aguardábamos nuestro momento para desatar los infiernos. No las tenía todas conmigo pues la pirotecnia nunca se sabe, así que me santigué, por lo que pudiera pasar. El dimoni de al lado me miró raro. La ciudad se extiendía alrededor como un mar de terrados ajena a la que íbamos vamos a montar.
“¿Te gustaría hacer de dimoni?” La propuesta de Comediants tenía su miga. Ya se sabe que no hay nada como hacer de malo, es lo que tiene pedigrí. Los actores británicos, por ejemplo, se pirran por hacer de nazis. ¿Y que más malo que el diablo? Dije que sí, entusiasmado. Luego caí en la cuenta de que los dimonis de Comediants van más cargados de pirotecnia que Nicholas Brody con chaleco, y me preocupé. “Nada, unos petarditos”, me tranquilizaron. Así que ahí estaba yo anoche en la azotea del edificio de la Moritz, recibiendo las últimas instrucciones. Me puse el traje de diablo y consagré un rato a meterme en el personaje. No ha ido uno al Institut del Teatre para nada. Sopesé quién sería. Me morbeaba encarnar a un gran príncipe de los infiernos al mando de muchas legiones demoniacas. Asmodeo, Astaroth o Araziel que tan interesantes relaciones sostuvo con las hijas de los hombres. Visto cómo me quedaba el traje tuve que reconocer que no podía aspirar a mucho más que a ser Ukobach, última jerarquía infernal, proveedor de aceite de los hornos, aunque también se le reconoce como inventor de los fuegos artificiales y de las frituras (!).
Me alegró ver que los demás invitados estaban (casi) tan ridículos como yo. Hay que ver qué mal sientan los cuernos. Nuestra misión no parecía muy complicada (nada de conseguir el alma de Fausto o cosas así). Debíamos aguardar la señal sosteniendo cada uno una gran bandera y activar los fuegos electrónicamente cuando nos lo dijeran. En el momento culminante de la algarabía que se había desatado abajo en la calle, se oyó el grito “¡Dimonis!”. Uno de nosotros —obviamente un profesional— trepó por el pretil y se colgó agitando fuegos. Tragué saliva y me alegré de tener un papel secundario en el aquelarre. Surgieron unas luces verdes y luego unas llamaradas blancas: era la señal. Aferré bien la bandera, activé la pirotecnia y me asomé al vacío. Me dio un ataque de vértigo pero conseguí mantener el personaje, y la bandera, que comenzó a lanzar fuego como el tridente de Satanás (¿o era Poseidón?, ¡estaba yo para sutilezas!). Las chispas me envolvían mientras pensaba horrorizado que llegaría al infierno antes de tiempo y ya medio rostido. El olor a pólvora era digno de El Álamo. La luz, el fuego y el azufre me intoxicaron. Agité la bandera en dirección a la gente y luego en desafío al cielo. Entonces una maldad hirviente se apoderó de mí. Grité, aullé, poseído por los 40 años de dimonis de Comediants y entregué mi alma a la celebración, nimbado de felicidad y de centellas.
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