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crítica | danza
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Saturación sonora en la penumbra

Más que el factor sorpresa, la obra de posvanguardia 'Inadaptados', encuentra la chispa en la intencionalidad

En todos los espectáculos que pueden elásticamente englobarse en la nueva danza de última posvanguardia (no es ya acertado en estricto hablar de modernidad) encontramos ciertos elementos sospechosamente comunes, desde la ropa civil al sonido electrónico, desde la escena desnuda a la penumbra. Esa cierta fotofobia es últil para establecer una atmósfera determinada, pero se roza una cierta estandarización que doblega al factor sorpresa que necesita todo espectáculo.

En este caso, la chispa (que sin duda está presente) llega desde otra vía, en la zona de la intencionalidad. En el programa reza que las herramientas literarias son fundamentalmente el ensayo de Jean Paul Sartre A puerta cerrada y la poesía de Ángel González. Ambas citaciones no es que lleven al jolgorio precisamente, y es así que los artistas han urdido su red estética en la cava de la sala, como si se tratara de un búnker o refugio. Arriba, discurre el mundo. En el suelo hay tierra esparcida (otro elemento comunitario) y la inquietante banda sonora, de electrónica descriptiva, deja oír algo así como un bombardeo, una canción fragmentaria, algo de una radio metálica.

Inadaptados

Dirección: Laura Delgado; coreografía e interpretación: Juanma Ramírez, Diana Rodríguez, Denislav Balentinov y L. Delgado; música Nacho Peña; luces: Víctor Ballesteros. DT Espacio Escénico. Hasta el 8 de junio.

Y hay una búsqueda sacrificial dentro de la no-danza que se va articulando hacia un movimiento más coordinado y grupal; uno de los hombres lucha desde el inicio por su vertical en un patético juego de desequilibrio, caída y recuperación mientras el otro busca una salida que no existe o no se ve. Toda la sección de baile en pareja (ellas parecen estar mejor entrenadas que ellos) cursa con violencia y desgarro; el contacto corporal es siempre brutal e inesperado. Tras el ritual de lucha, buscan el unísono y ya a esa altura han ido acentuando un aspecto crapuloso obtenido por el rebosado perfecto entre sudor y tierra oscura. El final abierto, sugerido en lo sonoro por unos fuertes golpes o disparos (eso da lo mismo) quizás quiere hablar de una salida o de un doméstico ángel exterminador.

Los cuatro bailarines se emplean a fondo, respiran costosamente para dar empaque y profundidad a esa búsqueda desesperada en un caos que quiere ser coreográfico y resulta vital, un sitio donde las preguntas y las respuestas nacen a la vez y se espejan con dolor.

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