Razones para no renunciar a los gustos musicales cuando se es madre
Nuevos progenitores comparten con sus hijos canciones de Alaska, Mancini o Nacho Vegas
Existe todo un mundo de canciones susceptible de ser compartidos con los más pequeños de la familia que poco tiene que ver con el cancionero infantil al uso. Si bien es cierto que los padres (y las tías y los abuelos) suelen adaptarse a las llamadas canciones infantiles, también existe un camino inverso en el que las canciones “adultas” pueden ser compartidas con los pequeños, haciendo más agradable la vida familiar. Susana Monteagudo y Carlos Rubio han cosechado un centenar de ellas en un libro.
“Una chica embarazada me escribió en el blog diciendo que el libro le había servido para darse cuenta de que no tenía que renunciar a su música una vez que naciera su hijo”, explica Monteagudo, que inauguró la edición valenciana de la revista Mondosonoro con el padre de sus dos hijos, Raül, y es responsable del blog Criosandroll antes de convertirse en coautora de 100 canciones de adultos para oír con niños (Litera, 2013). Ella misma, como madre, tuvo su revelación tras más de un año en que, confiesa, “solo oía nanas y cosas así, hasta que cambié de actitud”.
Entre las canciones compartidas en el libro figuran algunas de sabor tan añejo como In the still of de nite de The Five Saints, que Fred Parris escribió a mediados de los cincuenta del siglo pasado mientras estaba en el ejército. O la grandiosa Moon river, interpretada por Henry Mancini y Audrey Hepburn. Ambas, utilizadas como recursos para conciliar el sueño.
Pero los gustos infantiles no tienen fronteras. Horchata, del grupo indie rock Vampire Weekend, pasó a ser una de las favoritas de su hijo mayor cuando apenas acertaba a pronunciar el título, tras escucharla en el coche por iniciativa de sus padres. Precisamente el automóvil, en trayectos largos o cortos, es uno de los santuarios donde se produce o se cocina la revelación sonora común.
“Cuando hicimos las entrevistas a los padres, salieron un montón de canciones, hasta 300, de las que seleccionamos una tercera parte procurando que hubiera un poco de todo”, recapitula la autora del libro. Y realmente se comprueba que los niños pueden apreciarlo casi todo, desde Autosuficiencia (1981), de los oscuros Parálisis Permanente, reeditada, como recuerdan en el libro, con una portada en la que aparecían los personajes de La parada de los monstruos de Todd Browning, hasta la evocadora Romanza (1956) del compositor español exiliado Salvador Bacarisse, que tiene también un componente generacional al haber sido sintonía del programa televisivo El planeta imaginario (1983-87).
Cada canción es una historia, o más bien un relato breve que cuenta cómo la pequeña Ona rechaza a Wilco y prefiere la voz grave de Richard Hawley; cómo Juan, de dos años, ha llegado a poner vinilos en el giradiscos escuchando a Händel, o cómo se contagia Apocalipsis molón, de Gigatrón, de un niño a otro entre risas familiares. Razones habrá para que un crío elija la versión original de Bailando interpretada por Alaska y los Pegamoides y otro se quede con la de Astrud.
“Cualquier cosa que escuchen los padres, si lo hacen con ganas y emoción, el nano lo percibe y le acaba gustando”, argumenta Susana Monteagudo, tras indagar con numerosas familias de músicos y aficionados en los recovecos de estas relaciones melódicas, rítmicas y armónicas que ayudan a pronunciar sorprendentemente bien palabras como “perplejidad” de la mano del músico Nacho Vegas.
Como anticipo a la impagable colección de canciones seleccionadas y comentadas por Monteagudo y Rubio, que pincha en un conocido club del barrio valenciano de Russafa, los autores incluyen en el libro una serie de sugerencias y consejos, como las de organizar turnos de escuchas o testar las canciones previamente sin niños, que vienen bien antes de enredarse en un cancionero imprevisible.
Pero tal vez lo más sugestivo es seguir el viaje y la aventura de todos esos padres e hijos que aparecen en el libro, en su personal redescubrimiento de las canciones más diversas, y compartir con ellos aquellas en las que el gusto o la curiosidad del lector coincide, mientras suenan en los auriculares. Se trata de “disfrutar juntos”, como dice la bloggera de Criosandroll.
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