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Evolucionando con Darwin

Una exposición en el Museo Marítimo invita a recorrer el trayecto vital y científico del autor de 'El origen de las especies'

Jacinto Antón
La exposición sobre Darwin en el Museo Marítimo con abundantes plafones y cartelas
La exposición sobre Darwin en el Museo Marítimo con abundantes plafones y cartelasJON GOIKOURIA

Suenan unos familiares acordes de Boccherini y arribamos a las Galápagos. Pero no estamos en Master and Commander, aunque también llevamos un naturalista con nosotros, sino en la exposición sobre Darwin que acoge, bajo las bóvedas góticas de las Drassanes, el Museo Marítimo de Barcelona. “Una costa digna de todos los diablos”, comentó de las agrestes islas el capitán FitzRoy, al mando del Beagle —ese barco que es a la ciencia lo que el Cutty Sark al té (¡y al whisky!) y la Bounty a los motines (sin olvidar que el navío de Bligh también tenía objetivos científicos). Siniestras eran, sin duda, las islas. Melville escribió de ellas: “Escasa, pero aquí se encuentra vida reptil; el principal sonido vital es un siseo”.

Darwin alcanzó el archipiélago el 15 de septiembre de 1835 en el pequeño bergantín Beagle de 25,5 metros de eslora y diez cañones, tras un larguísimo periplo iniciado el 27 de diciembre de 1831 en Plymouth y que incluyó mucho mareo, pues el joven, enrolado como naturalista a bordo sin paga, era un pésimo marino. El visitante llega mucho más rápido y entero —tras pasar por taquilla— a las Galápagos de mentirijillas que son una de las atracciones escenográficas de la interesante exhibición, producida por el American Museum of Natural History de Nueva York y que ha podido verse también, entre otros centros, en el Natural History Museum de Londres.

Un diorama reproduce

La muestra recala en el museo barcelonés desprovista de parte de los documentos, especímenes y objetos originales —hay mucha fotocopia— y la lamentable ausencia de la iguana Charlie, inolvidable anfitriona, que se exhibía viva en Londres en un terrario, al igual que una rana cornuda (?). Tampoco te sirven en el Museo marítimo la pea soup de Emma Darwin (la mujer del sabio) que ofrecían en el museo londinense, lo que acaso sea un alivio.

En fin, no es cosa de lamentarse: ahí están, en las rocosas Galápagos las iguanas de pega y los no menos falsos alcatraces de patas azules, cactus nopal, y cangrejos escarlata. “Aquí”, escribió en las Galápagos Darwin, al que empezaba a formársele la idea de la evolución en la cabeza, “tanto en el espacio como en el tiempo, tenemos la sensación de que estamos algo más cerca de ese gran acontecimiento —ese misterio de los misterios— que es la aparición de nuevos seres sobre la Tierra”.

La exposición es muy didáctica y conduce al visitante con mucho tacto para no abrumarlo a través de las complejidades científicas de la más importante teoría jamás concebida en el ámbito de la biología. A lo largo del recorrido, de prolija lectura en plafones y cartelas (la información aparece en las segundas solo en catalán y los que no lo entienden han de echar mano de unas fastidiosas hojas plastificadas), vamos evolucionando con Darwin, y valga la frase, en su desarrollo de esa idea revolucionaria de que las especies animales y vegetales no son entidades fijas, inmutables, sino que cambian gradualmente sujetas a la selección natural. Algo que hoy nos parece de cajón (excepto a algunos recalcitrantes creacionistas que se defienden aún a bibliazos) pero que en el siglo XIX , cuando la inmensa mayoría asumía que el mundo había sido creado en una semana y concretamente el año 4004 antes de Cristo, había que tener arrestos para decirlo. De hecho, Darwin se lo guardó durante veinte años —en 1842 ya tenía su borrador de El origen de las especies— para no molestar y finalmente solo soltó la bomba a fin de que no se le adelantara Wallace, que había llegado a similares conclusiones.

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La muestra, muy didáctica, revela la curiosidad del científico

La exposición, que se abre con una lupa y un canto a la vasta y maravillosa variedad de la vida en la Tierra que encandiló a Darwin, desde los percebes a las mariposas, de las orquídeas a las avestruces, destaca la curiosidad del gran científico, su persistencia y su pasión. A través de documentos y objetos seguimos la trayectoria de Darwin, su obsesivo interés por los escarabajos —es célebre la anécdota de cuando al encontrar un tercer escarabajo mientras tenía las manos ocupadas con otros dos se puso uno en la boca para sostenerlo y tuvo que escupirlo cuando este le soltó un chorro de líquido irritante—. Un tipo simpático cuya idea de un buen regalo era una caja de arañas peculiares. El momento decisivo en su vida es el viaje en el Beagle, al que accede casi por casualidad. Fue una gran aventura, científica y vital, que duró cinco años y durante la cual el joven naturalista visitó Brasil, Tierra del Fuego, las Malvinas, Australia o las islas Cocos, entre otros muchos lugares. Un diorama reproduce la cabina de Darwin, atestada de material de naturalista y libros. En las Galápagos, cabalgó las grandes tortugas (se exhiben unas reproducciones) y comió iguana (le gustaba probar cosas “desconocidas para el paladar humano”: un adelantado de El Bulli). Encontró que todos los bichos estaban especialmente adaptados a aquellas islas. Ya en el viaje, “una idea cobra fuerza”, señala dramáticamente la exposición: “Las especies nuevas surgen de las viejas”.

Al regreso, el viaje proseguirá en el interior de su mente, mientras junta piezas. Las teorías de Malthus le llevarán a entender el mecanismo de la lucha por la supervivencia en la evolución. Y observar a la orangutana Jenny en el zoo de Londres, a ver los parecidos de los humanos con los monos (“nosotros también habíamos evolucionado”), una idea escandalosa.

Otro hito del trayecto de la exposición, que recalca la polémica que provocaron las ideas de naturalista y en la que se pueden tocar varios objetos, como un modelo de gliptodonte, mamífero acorazado extinto, es la reproducción del estudio de Darwin en Downhouse, su casa en las afueras de Londres. Allí trabajó sus teorías encontrándose siempre fatal, no se sabe si aquejado de una dolencia psicosomática, del mal de Chagas contraído de una chinche vinchuca en el viaje, o porque jamás se le pasó el mareo del barco.

 

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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