Escrache a Xavi Castillo
La hostilidad es real y responde al belicoso espíritu reaccionario que late en la derecha indígena
Desmesurado, irreverente, hilarante, pero nunca destarifat, sino muy pertinente, el cómico alcoyano Xavi Castillo es como una buena falla viviente, constantemente renovada e implacable por su sátira de las penalidades que acosan a la inmensa mayoría del vecindario y de los —por lo general— poderosos fulanos y señoras que las perpetran. Su público le aplaude con la misma vehemencia que lo desdeña, persigue y teme el estamento social, político, económico y religioso que padece su ingenio. Lógico. Tampoco puede chocarnos que, aún después de 20 largos años de profesión, con la consiguiente fama, siga siendo un personaje casi inédito en la televisión pública valenciana. Toda una garantía de calidad, o al menos de autenticidad, no del medio, sino del artista.
Estos días es noticia por haber sido objeto de una especie de escrache, un acoso informático por parte de un colectivo carca que pretende impedir su actuación en un festival, alegando para ello la propensión blasfema del humorista. El asunto nos parece tan extravagante que incluso invita a pensar en un ardit publicitario para animar la taquilla. Pero desgraciadamente no es así. La hostilidad es real y responde al belicoso, además de anacrónico, espíritu reaccionario que late en los pliegues de la derecha indígena, que debería pensar en la dura y ventajista competencia que hoy padecen los cómicos. Baste mencionar la del ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, tan jocoso y patoso, y otras de la misma cuerda y que a diario nos amenizan con sus destarifos, como los de Fátima Báñez, titular de Empleo. No blasfeman, pero con sus necedades injurian nuestra inteligencia.
Se comprende que cómicos de esta laya no gocen de las complacencias del estamento pepero gobernante, que en tiempos ya lejanos se reputó de liberal, sin zorra idea de a lo que tal vitola obligaba. Los críticos mordaces son un lastre para el ingente e improbable empeño de salvar la imagen del país, de la Comunidad, convertida en un lodazal y una ladronera, más esperpéntica a medida que avanzan las diligencias judiciales y se columbra la dimensión del estropicio económico, penal y moral causado. El presidente Alberto Fabra tiene razón cuando pone el énfasis en el dramático momento que atravesamos y hasta se comprende que pida árnica — “altura de miras” dice— a la oposición para establecer consensos y salvar en lo posible el crédito y la imagen de esta saqueada autonomía.
Pero una cosa es que pida colaboración y otra que se le otorgue si el gobierno no ha hecho antes limpieza y penitencia. Limpieza de la nutrida grey de sinvergüenzas imputados y procesados que se amparan con cargos públicos o bajo las siglas el partido, y penitencia por la degradación democrática en que nos ha sumido su gestión. Algunos pasos se han dado en este sentido, pero muy lejos de lo que requeriría la reversión del mierdoso esperpento al que se nos ha abocado. Por lo pronto, muy poco se ha avanzado en un capítulo fundamental como es el de la transparencia en la administración de los asuntos públicos y decisiones políticas de interés general. El solipsismo y acaso la impotencia siguen siendo las credenciales de este gobierno.
Mientras acontece el ineluctable cambio, y también después, obviamente, Xavi Castillo ha de seguir representando —sin trabas— su papel: ejercer de revulsivo y lejía de este país. Quienes le vetan o boicotean son los mismos que han contribuido con sus votos a agravar la miseria que nos aflige.
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