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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Con la justicia en los talones

Picassent tendría que habilitar una galería para chorizos egregios como parte de la catarsis que está pidiendo el partido conservador

Hace tan solo un mes que los diputados y senadores valencianos del PP apostaron por la ejemplaridad, la transparencia y la intolerancia contra la corrupción. Era un brindis tardío al sol, al tiempo que una reveladora asunción de las graves carencias que han arruinado su crédito político y cívico, abocándolo a un desplome electoral que se producirá, sobre todo, por pura necesidad e higiene democrática. Tantos años de opacidad han propiciado los muchos y escandalosos desmanes que han convertido el partido gobernante en una fosa séptica. Una derrota que confirmaría paradójicamente la fatua declaración del sentencioso Esteban González Pons cuando afirmó que en este país quien la hace la paga. Qué más quisiéramos.

No obstante, y sin confundir los deseos con la realidad, ya se percibe algún que otro signo alentador en ese sentido justiciero. Esta semana, como es sabido, el Tribunal Supremo ha condenado la opacidad del Consell, resolviendo un recurso de los diputados de la Coalició Compromís, Mònica Oltra —que ha llevado el caso como letrada— y Enric Morera. Esta sentencia establece un precedente jurisprudencial, a diferencia de las reiteradas y prácticamente inanes resoluciones del Tribunal Constitucional que se referían a decisiones de la Mesa de las Cortes Valencianas. Se ha abierto así una vía penal y el gobierno se verá más obligado a proporcionar la información requerida a riesgo de ser penado por prevaricación. La obstinación ha conseguido al fin abrir una brecha en el fortín de silencios y cambalaches del PP. Y fruto de la perseverancia, en este caso del PSPV, ha sido también la decisión del citado alto tribunal que el próximo 9 de abril revisará el chocante fallo del TSJ valenciano que absolvió al expresidente Francisco Camps y al exsecretario general del PP, Ricardo Costa, por aquel pintoresco asunto de los trajes impagados, mera fachada del turbio caso Gürtel, como se recordará.

Oliéndose la tostada, decimos del cambio de clima judicial que acecha a la corrupción y por ende a su partido, el ministro de Educación, el risueño José Ignacio Wert —este hombre siempre aparece como si celebrara un buen chiste— ha declarado que en España se tiene una percepción exagerada de la misma. En otras palabras: que en todas partes cuecen habas. Lo cual es cierto, con matices, sólo que a este eminente profesor le resultaría difícil citar un país de nuestro rango económico y presunta civilidad donde el saqueo se haya dado con tanta intensidad y descaro. En cuanto nos concierne como valencianos, la mera consulta a la hemeroteca le ilustraría acerca del insólito desmán y de la complicidad del partido que lo ha amparado o no lo ha impedido, el suyo.

Y dicho esto, que de puro evidente y repetido parece un mantra, es justo anotar que con el presidente Alberto Fabra la corrupción ha dejado de ser un fenómeno activo, si bien el PP sigue lastrado por la apretada cuerda de presuntos, imputados y empapelados que le invalidan para gobernar. Ese problema únicamente podrá solucionarlo la justicia que ya le pisa los talones dándole a cada cual lo suyo y a muchos la ración de trullo que les corresponda. Picassent tendría que habilitar una galería para chorizos egregios como parte de la catarsis que está pidiendo el partido conservador. Del gobierno ya se hará cargo la izquierda, no tanto porque lo haya ganado, que lo ganará, como porque la derecha lo ha perdido por su mala cabeza y desmesurada codicia.

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