Transiciones y hegemonías
Desde que el eje catalanista viró hacia el soberanismo, la crisis de los ‘partidos de la ambigüedad’, PSC y CiU, es obvia
La historia nos enseña que, a menudo, los procesos de transición política conllevan importantes alteraciones de las hegemonías socio-electorales. El trayecto que condujo desde la Monarquía de Alfonso XIII hasta la Segunda República comenzó con la Lliga como fuerza dominante de la política catalana, y terminó con su eclipse en beneficio de Esquerra Republicana, un partido nuevo en sintonía con los nuevos tiempos. En 1975, a la muerte del dictador, el PSUC era el omnipresente “partido del antifranquismo”, el protagonista absoluto de la oposición democrática; siete años después, en 1982, la incapacidad para adaptarse a unas condiciones políticas distintas había precipitado al PSUC hasta el cuarto lugar del ranking electoral catalán, un declive del que ya no se recuperaría.
En este punto, importa subrayar que, durante el periodo histórico comprendido entre 1977 y 2010, la opción política hegemónica en Cataluña no fue Convergència i Unió, sino el Partit dels Socialistes. De las 32 convocatorias electorales celebradas entre aquellas dos fechas, el PSC ganó 22 (todas las generales, todas las municipales y casi todas las europeas) por solo 10 victorias de CiU (que triunfó siempre en los comicios al Parlamento autónomo, y excepcionalmente en los europeos de 1994).
El poder institucional y presupuestario derivado de tales resultados —en prácticamente todos los grandes municipios, en la Diputación de Barcelona, durante más de dos décadas también en la Administración central…— fue gigantesco y sin precedentes, por más que el largo reinado de Jordi Pujol en la Generalitat pudiese disimularlo. Es cierto que, desde el cambio de siglo, esa hegemonía del PSC empezaba a mostrar síntomas de agotamiento; pero tal erosión no empañó la apabullante victoria en las generales de marzo de 2008 ni el control que, por esas fechas, se ejercía desde la calle de Nicaragua sobre todos los niveles de gobierno en Cataluña.
Lo diré de otro modo: de 1977 a 2010, mientras navegábamos entre los equívocos de la transición, las rentas del peix al cove, las ilusiones acerca de una Constitución “flexible” y una España “plural” o los espejismos neoestatutarios, hubo en este país dos fuerzas que, cada una a su modo, supieron surcar de maravilla aquellas aguas confusas, dos grandes partidos de la ambigüedad: fueron, por este orden, el PSC y CiU. Pero aquel ciclo histórico concluyó con la sentencia del Estatuto, y después abrimos una nueva etapa en la que el eje catalanista se ha movido hacia el soberanismo y el derecho a decidir, poniendo en crisis las viejas recetas de los precitados partidos de la ambigüedad.
Navarro y su equipo aparecen indecisos entre el supuesto federalismo de Pérez Rubalcaba y el probable jacobinismo de Chacón
Las dificultades de Convergència (electorales, en la relación con el mundo empresarial, con respecto de Unió…) para adaptarse al nuevo escenario son patentes; pero a Artur Mas y los suyos no puede negárseles haber hecho en tal sentido una apuesta audaz, firme, rupturista con respecto a su propio pasado, y ello a pesar de las enormes servidumbres que impone hoy la gestión diaria de la autonomía. En cambio el PSC —pese a estar ahora mismo libre de ataduras de Gobierno— sigue mostrándose perplejo y descolocado ante la agenda política catalana de 2013-2014.
Pere Navarro y su equipo aparecen indecisos entre el supuesto federalismo de Pérez Rubalcaba y el probable jacobinismo de Carme Chacón; reacios a sacar de la catástrofe del 25-N las debidas conclusiones; paralizados ante el caso Mercurio, pero muy activos a la hora de exigir, de puertas adentro, sumisión bajo el nombre de lealtad; incapaces de acomodar la relación con el PSOE a unas circunstancias políticas que no tienen nada en común con las de 1978; zigzagueantes con respecto a la preparación de la consulta soberanista (¿se inhibirán, se opondrán, coadyuvarán?); y sordos a propuestas sugestivas y meditadas como la que lanzó desde Sitges, el pasado día 15, Nova Esquerra Catalana.
Si a lo largo de este 2013 no es capaz de resolver estos problemas, de escapar a la indefinición, el PSC puede acabar como el PSUC después del traumático V Congreso: con el 4,6% de los votos.
Joan B. Culla i Clarà es historiador.
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