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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El partido no explica el mundo

"El 15-M fue el síntoma de un agotamiento político y cultural que ningún partido clásico está dando muestras de entender"

Cierta izquierda no entendió por qué, tras 30 años atrincherados en las sedes de los partidos políticos, surgió un movimiento civil confuso y heterogéneo que gritaba que esa democracia era (directamente) una estafa. Esa izquierda no entendió por qué toda esa gente que acampaba en las plazas no les reconocía el espacio que le habían ganado a la Historia: los centros de salud, las escuelas públicas, la diversificación de los programas educativos, la generación de espacios verdes, la configuración de ciudades como comunidades conectadas y habitables, etc. Esa izquierda (parte de ella) no entendió por qué buena parte de la ciudadanía les apuntaba como culpables (ni siquiera responsables) de una crisis cultural (no solo económica), cuando hasta hace bien poco habían sido señalados como los constructores de una sociedad del bienestar en constante crecimiento y mejora.

El 15-M (y toda la resaca de movimientos ciudadanos posteriores) declaró obsoletas las formas clásicas de la política, certificó su defunción. Pero debe quedar claro que el movimiento indignado descubrió el cadáver, pero no cometió el crimen.

Esa misma izquierda, que miraba con tristeza cómo la ciudadanía les señalaba como culpables (digo tristeza, algo profundamente humano), ha pasado al lado de la llamada “responsabilidad”. La concreción de esa nueva etapa parece ser la siguiente: asumamos públicamente los errores, reconozcamos las responsabilidades de la política económica, hipotecaria o legislativa, y prometamos un grado de mejora dentro de la política que conocemos y que la ciudadanía conoce. Lamentablemente no es suficiente, y buena parte de la ciudadanía no puede dar credibilidad a los propósitos de enmienda, por muy bienintencionados que sean. Y por muy necesarios (en este momento lo urgente es defender el derribo ideológico del Estado del Bienestar, cierto, pero no solo lo urgente cumple con las exigencias de la ciudadanía).

El 15-M fue el síntoma de un agotamiento político y cultural que ningún partido clásico está dando muestras de entender. En estos momentos, la acción política no se puede basar únicamente en defender lo que los socialistas de la última legislatura dejaron sin atender, y lo que la derecha española está tratando de desmontar, sino que se trata de construir un nuevo marco político y un nuevo paradigma cultural (nada más y nada menos).

El federalismo no es una carta que debamos jugar los socialistas cuando el resto de manos están repartidas. La República tampoco. El laicismo tampoco. Y federalismo, República y laicismo pertenecen a la genética socialista en reserva, la clásica, esa que solo se luce cuando la situación es grave y estamos en la oposición. Pero ni siquiera nos vale lo clásico, porque está planteado como reacción a un ambiente confuso. Ya no nos valen los antiguos mitos para parchear una situación actual mucho más compleja. Debemos generar un nuevo relato épico y ciudadano.

El 15-M y sus secuelas, junto a la serie de debacles electorales encadenadas por el socialismo español en cualquiera de sus variantes geográficas e identitarias, son la demanda urgente, no de grados de izquierdismo ni de intensidad en las denuncias de la oposición, sino de otra forma de plantear la política.

Repensemos el Estado y sus instituciones: modelo de Estado y cámaras de representación (dignifiquémoslas con una tolerancia cero radical hacia la corrupción). Repensemos la relación de la política con la ciudadanía y establezcamos verdaderos mecanismos de participación en las decisiones fundamentales del país: iniciativas legislativas populares, referendos vinculantes, gobierno abierto. Repensemos la relación con Europa para fortalecerla políticamente y no depender de inestabilidades concretas dentro de cada país. Repensemos el modelo productivo y económico (decir esto es obvio, pero nadie lo está haciendo más allá de tímidos conceptos como ‘decrecimiento’ o de tímidas iniciativas para no pagar parte de la deuda externa). Repensemos nuestro sistema de representación electoral. Pero repensémoslo como proyecto de largo alcance, no como concesión a la indignación ciudadana. No lo hagamos desde el temor, hagámoslo desde el convencimiento.

Más aún, a nivel interno y orgánico repensemos los modelos de acción y de organización política. Los partidos no pueden ser eternamente aparatos burocráticos que explican el mundo, porque la ciudadanía ya no reconoce sus respuestas. Uno, transparencia en su gestión interna. Dos, desjerarquización de sus estructuras. Y tres, plataforma de intercambio ideológico y participativo con la ciudadanía. Asumir estos tres puntos es asumir el mensaje de regeneración política y de giro a la izquierda.

Cierta izquierda no ha entendido por qué existe una indignación que nos alcanza. Hay que tener el valor de mirar y la valentía de querer abrir un nuevo paradigma cultural, naturalmente con los espacios desconocidos a los que nos tengamos que enfrentar. Ese relato deberá elaborar la épica que hemos perdido y que la sociedad reclama, y será con la ciudadanía con quien elaboremos ese relato. Quien no tenga el valor suficiente, seguirá sin entender el mundo y seguirá separándose de él hacia la irrelevancia.

José Martínez Rubio es becario de investigación en la Universitat de València y secretario de Universidades del PSPV-PSOE en Valencia

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