Una metáfora de supervivencia

Han transcurrido 25 años desde que se estrenó Sin demonio no hay fortuna, primera incursión en el teatro lírico del compositor Jorge Fernández Guerra. Se abría entonces una experiencia esperanzadora para la ópera española en la sala Olimpia, con un título nuevo al año en paralelo con la programación operística más tradicional del teatro de La Zarzuela. El Real se dedicaba en aquellos años a otros menesteres. Fernández Guerra cautivó con su bautizo lírico. Además rompía aguas para un desarrollo alternativo de la ópera en español, apoyándose en un libreto de Leopoldo Alas.

Con Tres desechos en forma de ópera retorna, como Ulises, a su patria lírica. Y lo hace también rompiendo moldes. Con un homenaje permanente a Satie —ay, las raíces francesas—, con un tributo a los músicos callejeros, en un recinto teatral de infinito encanto, con una plantilla de dos cantantes —soprano, barítono— y tres músicos —violín, violonchelo, clarinete— para contar una historia de hoy con unos medios de hoy. Produce distensión la propuesta. Y una inevitable sensación de simpatía.

Se ve que el compositor se encuentra a sus anchas en este terreno de la música teatral. Sobre ello reflexionó con lucidez en su libro Metáforas de supervivencia. Cuestiones de ópera contemporánea. En cierto modo su ópera de cámara, llamémosla así, es también una metáfora de supervivencia. Y más si cabe una respuesta desde el oficio musical a tantos años de dirección de centros oficiales o festivales de Música Contemporánea. Fernández Guerra recupera su juventud de actor en grupos de teatro alternativo y el gusto por la espontaneidad. Intuyo que la próxima ópera -pronto, por favor- va a ser una bomba.