Entrañable languidez

Hace apenas cuatro meses Norah Jones sorprendió a propios y extraños desmarcándose de su propia imagen con un disco mucho más rítmico y, a pesar de seguir hablando de separaciones y desencuentros, bastante más alegre que todos sus trabajos precedentes. ¿Era una ruptura real o simplemente un paso lateral en una carrera perfectamente diseñada hasta la fecha?

El jueves en el Auditori dejó claro que de rupturas nada. En directo los nuevos temas de la neoyorquina encajan a la perfección con su imagen un tanto lánguida y melancólica, pero siempre cercana, de adolescente que parece necesitar protección. Y si su nueva música tiene algo más de ritmo, que lo tiene, a ella no parece afectarle. Antes se escondía detrás del piano, ahora su guitarra eléctrica parece protegerla con igual seguridad. Esa es la diferencia más notable, la pose escénica ha cambiado algo: rasga su Stratocaster o toca el piano eléctrico de pie, pero su voz sigue siendo la misma, intimista y cercana, transmitiendo sensaciones muy profundas, casi como caricias. Da igual si se trata de jazz de coctelería, folk de foc de camp o rock pausado y sin estridencias.

Las ganas de volver a ver a Norah Jones en Barcelona eran grandes. Con solo salir al escenario, guitarra en mano, Jones ya había ganado la batalla. Las nuevas canciones se mezclaron con otras ya conocidas y mejor recibidas por el público. Mostró su eclecticismo cantando a dos gigantes como Hoagy Carmichael (su íntima versión de The nearness of you fue de lo mejor de la velada) y Hank Williams, y concluyendo su actuación con un recuerdo para el gran Gram Parsons y su Hickory wind. Finalizó, como no podía ser de otra manera, con su ya eterno Come away with me.