El desnudo y la Edad de Oro
Santi Senso, Inés Blanco y Cary Rosa Varona, nos devuelven a la edad de la inocencia en su espectáculo 'Desnudando a los clásicos'
De todas las criaturas, la única que se avergüenza de su cuerpo es el hombre: si el pudor que siente al mostrarse como vino al mundo lo sintiera al obrar mal, y si el escándalo que a veces le provoca el desnudo ajeno se lo provocaran los eufemismos con que viste la corrupción y la estafa, estaría poniendo la piedra angular de una nueva Edad de Oro.
Desnudando a los clásicos da qué pensar. Se anuncia como un “acto íntimo”, pero a la puerta del Lara hay un montón de gente que se quedó sin entrada, a pesar de que en el teatro no hay un cartel que lo anuncie, quizá por temor a que la imagen de un hombre y una mujer entrelazados sin ropa pueda perturbar a alguien. Dentro, Santi Senso e Inés Blanco, torbellinos desnudos, toman al público de la mano y juegan con él a la gallina ciega. ¿Una vuelta a los happenings del Living Theatre? No, una manera de romper la barrera entre vestidos y desnudos, de poner a todos en idéntico plano de naturalidad y de abordar en caliente, con el pulso acelerado, la escena de amor, inspirada en Romeo y Julieta, que abre este espectáculo escrito por José J. Serrano con libertad total a partir de escenas de amor de obras de Shakespeare, del Tenorio y de La divina comedia.
Romeo se transforma en un Don Juan que evoca el rapto de Europa mientras su Inés yace sobre el frío mármol del hall del Lara, en pictórico escorzo. Nunca sonó tan irónico el: “No es verdad, ángel de amor…” como ahora que el gran seductor la levanta de un tirón de sus cabellos, ni nunca tan orgánico el: “…O arráncame el corazón, o ámame, porque te adoro” como en boca de esta actriz corita de toda afectación. Los contrarios se compensan: sin vestuario barroco, el verso romántico parece prosa.
DESNUDANDO A LOS CLÁSICOS
Autor: José J. Serrano. Intérpretes: Santi Senso e Inés Blanco. Música en vivo: Cary Rosa Varona. Dirección: S. Senso. Teatro Lara, 16 de septiembre. Garaje Lumière, hasta el 26 de octubre.
Desde el Orlando, de Virginia Woolf, dirigido en 1992 por Bia Lessa, donde Fernanda Torres interpretaba a la protagonista a pelo durante media función y salía a saludar feliz sin ponerse nada encima, no había visto en el teatro dramático (sí en la danza, en la escena conceptual o en el autobiográfico ProtAgonizo) un desnudo tan felizmente desprovisto de intención erótica. Durante su actuación, Senso y Blanco nos devuelven a la edad de la inocencia, al paraíso del cuerpo liberado de su encierro textil.
A Senso le habíamos visto en empeños no menos comprometidos, pero nunca deja de sorprendernos, y Blanco, su partenaire, es una explosión de trinitrotolueno: más que el cómo dicen el texto, aún diciéndolo bien, importa la alegría y la intensidad que transmiten, y la cercanía que crean. Saben a poco los brevísimos solos que la violonchelista cubana Cary Rosa Varona pone sobre un fondo sonoro de textura contemporánea. Y, metidos en harina, para armonizar con su propuesta despojada y telúrica (teatro sin escenografía, vestuario, luces, trampa ni cartón), Senso debería imprimirle otro carácter (menos próximo al musical estadounidense) al par de canciones que interpreta, entonándolas tal vez a la manera de la música de tradición oral.
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