Ponce y Morante empatan a una oreja en el mano a mano
Brillante tercio de quites de los dos espadas en el quinto
Ninguna de las dos orejas cortadas, una de Ponce al quinto y otra de Morante al sexto, fueron trofeos de peso. Sí lo hubieran sido la que le negó el palco a Ponce en el primero, tras fuerte petición, y las que el mismo torero frustró por la espada en el tercero. Esas dos orejas supieron a compensación; la de Ponce por el desaire sufrido en el toro que abrió plaza y la de Morante para sellar un empate de aquí paz y allá gloria.
Del Río/ Ponce, Morante
Toros de Victoriano del Rio. Justos de presentación. Manejables en su conjunto, pero no sobrados de fuerzas, y nobles. Tercero, quinto y sexto destacaron sobre los demás. En varas, el último fue bravo, se empleó y derribó en las dos entradas al caballo.
Enrique Ponce: casi entera algo desprendida –aviso- (saludos tras fuerte petición); pinchazo –aviso- otro pinchazo y estocada (saludos); estocada (oreja).
Morante de la Puebla: pinchazo y descabello (pitos); media hábil saliéndose (silencio); casi entera saliéndose –aviso- (oreja).
Plaza de Valencia, 28 de julio. Cuarta de abono. Casi tres cuartos.
Este mano a mano tuvo momentos luminosos. El que más llegó una vez cumplido el tercio de varas del quinto. Morante se fue cara al toro y desplegó un quite por chicuelinas, a capote recogido, que hizo rugir a la gente. Picado en su orgullo, Ponce replicó de seguida. También por chicuelinas, pero en diferente versión, barriendo la arena con la punta del capote. Clamor en la plaza. Entre puyazo y puyazo, ya Ponce había dejado en el ambiente dos verónicas y el cierre de media. Fue la espoleta que provocó lo que vino después. A ese toro, obediente y noble, Ponce lo toreó mejor con la derecha. No cuajó por el lado izquierdo y la faena tampoco terminó de arrancar. En descargo del torero hay que decir que a ese toro lo toreó con una rotura fibrilar en los adductores del muslo izquierdo, que se produjo al entrar a matar al primero de la tarde. Ponce, tras acabar con el tercero, pasó a la enfermería e infiltrado salió para despachar al quinto.
Donde sí dio la medida Ponce fue en el toro que abrió plaza y en el tercero. Al primero lo fue metiendo en la muleta poco a poco. La dosis definitiva se la recetó con la derecha; una vez el toro rendido, puso en juego la zurda. Por aquí se hizo remolón el toro, por lo que Ponce tuvo que consentir para ganar la partida. Al salir de la suerte de matar el toro le persiguió con saña y no tuvo más remedio que saltar al callejón. En ese sprint, Ponce se lesionó y ya para el resto de la tarde se haría visible su estado. La petición de oreja en ese toro fue mayoritaria, pero la presidencia no la atendió. El tercero, bonito colorado, fue también otro noble toro. Con las fuerzas justas, pero con gasolina suficiente para llegar al final aunque le faltara la chispa necesaria para darle más emoción a la faena. En este, Ponce toreó casi a placer. Hubo equilibrio de muletazos por los dos pitones del toro. Y un momento de inspiración con el llamativo pase de las flores. Un Ponce pletórico. Las poncinas finales levantaron clamor. Con la faena vencida y el toro en sus manos, Ponce necesito de dos pinchazos antes de la estocada definitiva. El triunfo se evaporó.
A Morante le soplaron las musas en el sexto; no del todo, porque alguna estaría de vacaciones, pero lo suficiente como para que la gente se volcara con él. Unas veces por realidad; otras, casi las más, por efecto virtual. Sea como fuere, Morante ya levantó a la gente con un quite por delantales, ceñido, y de toque final al pitón contrario. Ese toro, el que cerraba la corrida, fue bravo en el caballo. Por dos veces entró y en ambas derribó a Cristóbal Cruz, que en la segunda quedó bajo el caballo. Lo sacaron conmocionado y tuvo que dejar el turno a un compañero. Por fortuna no pasó más. Ya muleta en mano, Morante se decidió a citarse con las musas. El inicio de faena fue como un fogonazo de golpes artísticos a una mano, la izquierda. Luego, montada la muleta, las series no resultaron completas. En cada tanda, uno o dos pases firma de la casa. Pero no más. No mucha entrega en el toro, pero sí la suficiente para que a Morante se le notara el esfuerzo. Dentro de tan irregular faena, por la derecha cuajó lo mejor. Luego vinieron los detalles a una mano: molinetes, pases de la firma, trincherillas… Pero la impresión que de tampoco hubo acople total. Hábil con la espada, saliendo de la suerte sin cruzar, bastó una casi entera para hacer tablas con su compañero de cartel.
En sus dos primeros toros a Morante le pintaron bastos. El torillo que hizo segundo, impresentable, fue protestado nada más pisar el ruedo. Si no es por los dos pitones ofensivos que lucía, era casi animal de una sin picadores. Se puso defensivo el toro en la muleta y Morante no buscó su amistad. Probó y abrevió. En el cuarto, el más flojo de la corrida, esbozó algún muletazo. Solo eso, o ni siquiera eso. Pronto se paro el toro y Morante, que tampoco quiso llevarle la contraria, se lo quitó de encima.
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