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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La revolución es una señora maleducada

"La política del dolor, además, no está produciendo otra cosa que más dolor. Y doña Confianza sin aparecer"

No hace mucho un periodista de un diario de referencia anglosajón apuntaba la posibilidad de que en España se produjera una “explosión política”, y ello antes del tijeretazo de este julio. Veamos.

1. Una constante en los sondeos de opinión es la baja valoración de la política y una aún peor de políticos, partidos y gobiernos, hasta el punto de que en último sondeo del CIS el agregado de los tres se sitúa como el tercer problema del país, con algo mas del 27%. Los políticos en conjunto tienen un escaso prestigio y una muy baja credibilidad. El éxito del tópico mosquiano de la “clase política”, cuando pagamos mal los cargos y puestos públicos y estos no tienen los privilegios que son usuales en otras democracias más sólidas, es bien revelador.

2. La estima de los partidos es poco menos que inexistente, y esa estima es especialmente baja en lo que afecta a los dos mayores (recuerde: “PSOE y PP la misma mierda es”). La verdad es que los partidos se lo han ganado: su afiliación es bajísima, con alguna excepción la afiliación carece de un papel político relevante y los partidos se caracterizan casi siempre por la combinación entre una afiliación escasa y pasiva y un núcleo director de profesionales de la política que monopolizan la dirección y la representación. Los partidos funcionan mal, o no funcionan, como medio de comunicación y su capacidad de agregación de intereses y de representación es baja y mengua a ojos vistas. Solo algunas minorías escapan, siquiera parcialmente, a ese retrato-robot. La firme resistencia a dotar al país de un Derecho de Partidos adecuado, si no al nivel alemán, al menos al argentino, es la lógica consecuencia. No es que funcione la ley de hierro de la oligarquía, es que se trata de una oligarquía sin controles cuya capacidad de representación se desvanece a ojos vistas.

3. La ausencia de controles y de participación democrática suficiente se ha asociado a una feroce volontá totalitaria, los partidos han desarrollado una voracidad incontrolada por el poder que les lleva a colonizar los órganos e instituciones cuya razón de ser es situarse y operar al margen y con independencia de la lógica partidaria, precisamente porque pueden operar como controladores efectivos. Lo que deteriora el sistema institucional.

4. La crisis de representación que aqueja a las democracias europeas es aquí particularmente grave, porque aquí son débiles o no existen los recursos que limitan esa crisis en otros meridianos. Y porque entre nosotros el sistema de representación tiene como prioridad absoluta generar partidos fuertes a costa de todo lo demás, lo que estaba muy puesto en razón en 1977, cuando se trataba de construir una democracia viable, pero hace tiempo que no lo está. La combinación entre partidos defectuosos y leyes electorales inadecuadas produce un resultado indeseable: les votamos, pero no nos sentimos representados por aquellos a los que hemos votado (recuerde: “No nos representan”).

5. La crisis de representación se ha asociado en los últimos tiempos a un acusado deterioro de las instituciones, provengan del sufragio o no. Las instituciones representativas no se sienten como tales, los gobiernos que de ellas proceden se perciben mayoritariamente como ajenos, la judicatura está casi tan desprestigiada como los políticos y sindicalistas, políticos, obispos, jueces y periodistas entablan una reñida batalla para lograr los últimos puestos del ranking del aprecio popular. La calidad del sistema institucional y de las personas que lo nutren es percibida como escasa y descendente. Con las consecuencias de rigor.

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6. Desde hace al menos tres años las instituciones principales de gobierno adoptan e imponen políticas públicas contrarias a los intereses, valores y expectativas de sus representados, contrarias a sus compromisos electorales y contrarias asimismo a los teóricos posicionamientos ideológicos de los partidos mismos. El dato de reducción constante del apoyo a los dos partidos de gobierno a contar desde las anteriores elecciones europeas, en el que coinciden todos los sondeos y todos los resultados electorales, se entiende fácilmente así. La crisis del euro y nuestra dependencia de los prestamistas exteriores en un país con una deuda privada monumental han venido a agravar un proceso que había comenzado antes. Ese proceso se agudiza este año cuando se ha incidido en políticas de recorte que afectan a bienes y servicios considerados como indispensables y cuyo deterioro es políticamente tóxico (enseñanza, sanidad, derechos laborales). La política del dolor, además, no está produciendo otra cosa que más dolor. Y doña Confianza sin aparecer.

7. La respuesta a la crisis, además de lesionar expectativas e intereses vitales del conjunto del electorado, incluido el de la mayoría del propio de los dos grandes partidos, no viene acompañada por un discurso que le dote de sentido, ni por un relato que ofrezca algún resquicio a la esperanza de mejora. Es más, las medidas que deterioran tanto el nivel de vida como la situación económica carecen de una explicación suficiente, a veces de toda explicación. Para saber de que va hay que leer el BOE o los documentos que se difunden para uso de inversores. Además, el discurso público que difunden los medios está teñido de una retórica apocalíptica, que casa mal con los hechos, y con una argumentación que, al girar en torno a la idea de la inexistencia de alternativas (es decir, de la abolición de la política) para vender la política del dolor, al resultar increíble deteriora aún más a unos gobernantes, cuya legitimidad se desvanece como hielo al sol en un día de agosto.

8. Finalmente, la instrumentación de las políticas públicas que se articulan distribuyen las cargas de las crisis de un modo que es generalmente percibido como intrínsecamente injusto, una distribución en la que los privilegiados sufren poco, o no sufren en absoluto. Las cargas de la crisis vienen a recaer en unos sujetos (clases medias y trabajadoras) que escasa o ninguna responsabilidad tienen en aquella.

9. En contra de una demanda general, que en este caso incluye a al menos algunos actores sociales y políticos relevantes, que exige en términos cada vez intensos un gran acuerdo político y social (otros pactos de la Moncloa) para hacer frente a la crisis, la política de adversarios que es el acompañante ordinario del bipartidismo impera sin restricción. La lógica del sistema de un sistema de partidos en crisis se impone a la propia del interés público. No debemos extrañarnos que haya quien piense que la política del dolor tiene que ver más que con la respuesta a la crisis, con la voluntad de un sector de las clases privilegiadas, asumida por un sector del partido gobernante y su Gobierno, de aprovechar la oportunidad para procurar el objetivo de tatcherizar la sociedad española. Cosa que es inaceptable incluso para las tres cuartas partes de los electores fieles del Partido Popular.

En otras palabras: el sistema político es una olla a presión de calidad mejorable, que carece de válvula de descarga, y que está situada sobre una hoguera cuyo fuego es alimentado por las políticas públicas que se instrumentan. No parece desencaminada la percepción del periodista norteamericano acerca del riesgo de explosión. Si alguien piensa que un muy elevado paro sin expectativa de mejora puede durar aun varios años sin que pase nada sueña. Es cierto que, por ahora, no pasa nada y que, por ahora, los resortes ordinarios del poder público pueden hacer frente a una situación complicada. Por ahora, porque conviene recordar que la revolución es una señora maleducada: suele presentarse sin avisar. Oído al parche.

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