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Un "once" olímpico

Galicia envía a los Juegos al mismo número de deportistas que hace 4 años

Javier Gómez Noya, triatleta olímpico, posando en 2008 en el puente de los tirantes, en Pontevedra. / LALO R. VILLAR
Javier Gómez Noya, triatleta olímpico, posando en 2008 en el puente de los tirantes, en Pontevedra. / LALO R. VILLAR

Allí estaban cuando Belauste le pidió el pelotón a Sabino para arrollar a unos cuantos suecos y entrar en la portería con la pelota. Eran Moncho Gil y Luis Otero, los dos primeros gallegos en colgarse una medalla olímpica al cuello. 92 años después tan sólo seis paisanos más de aquellos precursores han logrado hito semejante para una comunidad que no disfrutó de su primer oro hasta que en 2004 David Cal voló sobre una laguna ateniense. Doce medallas, tres oros, siete platas y dos bronces es el bagaje olímpico del deporte gallego, que desde la epopeya de Gil y Otero en 1920 en Amberes vivió una larga atonía. Fue 56 años después cuando el palista lucense Ramos Misioné se quedó a 26 centésimas del oro con un cuarteto mítico que completaban Celorrio, López Díaz y Herminio Menéndez. Con todo, no es mal balance global si se considera que, por ejemplo, en Pekín una representación de once deportistas obtuvo cuatro medallas (todas las cuentas se incrementarían en un metal más si se considera al regatista Fernando Echávarri, cántabro de nacimiento, residente en Pontevedra desde niño, como representante autóctono).

Doce medallas olímpicas es el bagaje histórico del deporte gallego

Cuatro años después vuelven a ser once los gallegos olímpicos. Repiten los palistas Cal y Teresa Portela, el triatleta Javier Gómez Noya y la maratoniana Alessandra Aguilar. Y siguen vigentes las opciones claras de éxito. “Aspiro a todo”, anuncia Gómez Noya. En Atenas debió estar, pero no le seleccionaron. En Pekín todos apostaban por él como favorito al triunfo, pero el estómago le lastró, también unas molestias en un tendón de Aquiles. “De todo se aprende. Lo único que firmo ahora es dar mi máximo rendimiento”, apunta. Pero él mismo reconoce que está un paso por detrás de los hermanos Brownlee, Alisteir y Jonathan. El primero asume el rol que tuvo el ferrolano hace cuatro años, pero a Gómez Noya, el circuito olímpico de Hyde Park le trae buenos recuerdos de pasadas victorias, por más que hubiera preferido un trazado más duro para el segmento en bicicleta. Y se quita presión. “Con o sin medalla estaré igual de contento con mi carrera deportiva”.

Para David Cal la presión es un aliciente, la gasolina para convertirse en el deportista español más laureado en unos Juegos. En Londres, al contrario que en Atenas y Pekín, competirá en una única prueba, pero el premio sería legendario: la quinta medalla. Su paisana, y también palista, Teresa Portela afronta sus cuartos Juegos. “La medalla está difícil, pero es posible llegar a la final”, previene. Sería la cuarta vez, pero al contrario que en las dos citas anteriores lo intentará en solitario, como en su debut en Sydney cuando era una juvenil, y en una distancia que se estrena en el programa olímpico, los 200 metros. Un esprint sobre el agua.

Experiencia aportan también otras tres mujeres. Alessandra Aguilar llega a Londres tras una dolorosa sanción de tres meses por un positivo accidental. Especialmente significada en la lucha contra el dopaje, la fondista lucense se vio sorprendida cuando en su orina se hallaron restos de heptaminol, un estimulante para combatir el cansancio que sólo está prohibido en días de competición, y que ingirió tras tomar un medicamento que le recetó su médico personal, “un error de principiante por no leer el prospecto”, lamentó la atleta, que vivirá su segunda aventura olímpica al entender la Federación Española de Atletismo que se trataba de una falta leve. A Vanessa Veiga el título de campeona de España de maratón le dio un inopinado pasaporte olímpico tras siete años sin competir, periodo en el que además fue madre de tres hijos, criados en Toledo, adonde se desplazó desde su Gondomar natal para seguir a su marido el exatleta Julio Rey. Ahora,con 32 años se dará el gusto de ser olímpica con sus hijos animando junto al asfalto.

La mitad de los seleccionados son jóvenes que se probarán en Londres

Para la balonmanista Begoña Fernández los Juegos son una suerte de revancha tras perderse por lesión el Mundial de Brasil el año pasado. Entonces España logró el bronce por lo que parece lícito soñar con un alivio para una disciplina golpeada por la crisis económica, un martillo que obliga a que las jugadoras tengan que emigrar si quieren seguir siendo profesionales de un deporte en el que son élite mundial. Fernández, porriñesa también de 32 años, una solvente pivote nominada mejor jugadora en una Eurocopa y un Mundial, se incorporará tras los Juegos al Zajecar serbio.

La veteranía semeja garantía de resultados, pero la juventud garantiza el relevo. En Londres se probarán Sofia Toro, de 22 años, regatista coruñesa que hará equipo con la ourensana afincada en Vilagarcía, Támara Echegoyen, de 28, y la asturiana Ángela Pumariega; la pontevedresa Beatriz Gómez, con 17 años se erige como una de las grandes apuestas para la siguiente cita en Río de Janeiro; la arquera de Narón, Iria Grandal, que con 20 años ya espera turno en la Villa Olímpica desde el pasado lunes o Diego Mariño, guardameta vigués del Villarreal que con 22 años parte como meta suplente en la selección de fútbol.

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