“Estas últimas protestas demuestran que nos espera un otoño caliente”
Esther Vivas presenta en Valencia su libro ‘Planeta Indignado’, sobre el 15-M
“Uno se indigna, se levanta y después ya ve”, reza la cita de Daniel Bensaïd que introduce el ensayo Planeta Indignado. Ocupando el futuro, de Esther Vivas y Josep María Antentas. La activista catalana, que ayer presentó el libro en la asociación Ca Revolta de Valencia, reconoce que “de un año a esta parte, las razones de la indignación no han hecho más que multiplicarse”. Lo hace recordando el Movimiento del 15-M, una protesta social que supuso una “eclosión” de malestar ciudadano y sobre la que basan este estudio editado por Sequitur.
“Lo paradójico es que hemos visto cómo, a medida que la indignación y las quejas iban en aumento, los recortes crecían”, lamenta la activista, que forma parte del Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales (CEMS) de la Universitat Pompeu Fabra.
Los autores analizan el movimiento como una “pasión constituyente” que va “en sentido contrario a la atomización que exige el neoliberalismo” y lo ligan a las protestas antiglobalización de Seattle en 1999 o de Génova en 2001. Esther Vivas considera que la irrupción del 15-M antes de unas elecciones nacionales respondió a un “descontento emergente”. Este estallido, según señalan, vino precedido por la manifestación, el 7 de abril, de Jóvenes Sin Futuro en Madrid y las protestas contra los recortes en sanidad en Cataluña. “La aparición cogió a mucha gente por sorpresa”, apunta la autora, “pero fue una reacción a la socialización de las pérdidas que se proponía desde arriba”.
“La indignación supuso una ruptura con los mensajes del poder”, opina
Vivas reconoce que tuvo mucho impacto político, pero no electoral. También expone cómo muchos mostraron unas “simpatías interesadas” por la revuelta pero más por “marketing” que por “voluntad real”.
El movimiento, muy sensibilizado con las revueltas árabes y con la cairota plaza de Tahrir, acogió como insignias los nombres propios de lugares como la Puerta del Sol en Madrid o la plaza de Catalunya en Barcelona. Esta ocupación implicó, según los autores, “la recuperación del espacio público” y la utilización de “armas democráticas” que le dieron una mayor visibilidad.
Tras el desmantelamiento de estas “ágoras”, la iniciativa —que supuso “romper con el escepticismo y devolver la confianza de cambiar las cosas desde abajo”— pasó a un segundo plano basado en la participación vecinal. “Después de ese momento de auge hubo otra fase en que se enrocó más en lo local”, admite Vivas, “y eso le hizo perder más visibilidad y potencia, pero se enraizó más en lo pequeño”. Desde su nueva ubicación, este germen de indignación se ha traducido en avances en temas como los desahucios o en la creación de huertos urbanos y otros sistemas cooperativos.
En la Comunidad Valenciana, por ejemplo, Vivas considera que fue la llama de la denominada “primavera valenciana” o de los movimientos colectivos contra la inyección de dinero en los bancos. También opina que “encendió la mecha” de un enfado contenido y que, “aunque parecía haber perdido fuelle”, recobró fuerza con la “brutal represión policial” de las protestas estudiantiles de febrero.
El paso del tiempo aún no les facilita la suficiente perspectiva para valorar las consecuencias del 15-M, pero Vivas cree que Grecia es un buen ejemplo de lo que puede venir a nuestro país: “Allí los partidos mayoritarios se han derrumbado”, afirma. “El logro más importante ha sido crear un mensaje contrahegemónico”, responde. “El 15-M solo fue el prólogo”, anuncia Vivas, “y las protestas de estos últimos días demuestran que nos espera un otoño caliente”, sentencia.
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