Visiones de una moderna Europa
El Museo Picasso de Málaga repasa la historia del cartel desde su nacimiento
El cartel experimentó una enorme difusión durante el siglo XIX como consecuencia de la Revolución Industrial y su necesidad de hacer publicidad para vender sus productos. A ello contribuyó también el desarrollo técnico de la litografía, que permitió mejorar la calidad artística de los carteles y abaratar los costes.
La riqueza de los colores, la utilización de un repertorio ornamental muy variado y el uso de soluciones compositivas atrevidas, caracterizan el arte publicitario de los primeros años del siglo XX. Los carteles reflejaban los gustos, la moda y también los sueños de una incipiente sociedad de consumo. Así, las calles se llenaron de anuncios de bebidas de cacao, cigarrillos, leche para niños, sanatorios para sifilíticos o viajes en trasatlántico.
Pero los carteles rebasaron muy pronto la función publicitaria y pasaron a convertirse en auténticas obras de arte, etapas que repasa el Museo Picasso Málaga (MPM) con la exposición El cartel europeo 1888-1938, muestra que reúne 175 originales de casi un centenar de pintores que elevaron esta forma de expresión a la categoría artística.
La exposición, que estará abierta hasta el 16 de septiembre, es una aproximación al periodo más creativo y trascendental de la historia del cartel, desde los planteamientos gráficos de finales del siglo XIX que conformaron esa nueva manera de expresión, a las propuestas de los años de entreguerras, en su mayoría vinculadas al arte moderno, que la consolidaron hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en el ocaso de las vanguardias.
“Hablan de la creación de un nuevo lenguaje para una nueva ciudad o un nuevo mundo”, señaló el lunes el director artístico del MPM, José Lebrero. “El cartel fue el vehículo idóneo para transmitir nuevos conceptos políticos, culturales y publicitarios. Los cartelistas incitaron al ciudadano a que vivieran los nuevos modos de vida que se le presentaban”, explicó Carlos Pérez, comisario de la muestra, que reúne obras de Ramón Casas, Jules Cheret, Fortunato Depero, Cassandre, Matisse, Rodchenko o Toulousse-Lautrec, entre otros relevantes artistas.
Los afiches proceden de prestigiosas colecciones privadas como la Merrill C. Berman, “quizá el coleccionista privado más importante del momento”, resaltó el comisario.
Entre obras como un anónimo sobre la exótica bailarina Josephine Baker (1925), el clásico logotipo de la compañía teatral lorquiana La Barraca que firmó Benjamín Palencia en 1932, el avance vanguardista de El acorazado Potemkin, de Rodchenko (1905), o las famosas imágenes de las marcas Michelin, Bitter Campari o Anís el Mono no se encuentra, sin embargo, ningún cartel firmado por Picasso.
“Picasso llegó al cartel más tarde, sobre todo en los años 50”, justificó José Lebrero sobre la ausencia de obra del anfitrión en su casa, museo que a finales del pasado año dedicó una exposición a desentrañar la relación de Picasso con el cartel con piezas del coleccionista malagueño Francisco Quero.
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