Mordida la mano, ya nunca más
En el PNV vizcaíno cerraron los ojos cuando supieron que Joseba Egibar ponía en bandeja a Bildu su primer presupuesto en la Diputación de Gipuzkoa a cambio de unas arras traicioneras. Ya entonces intuían que nada bueno podía pasar. A ras de acera, a nivel de batzoki, hubo quien entendió el gesto como una bofetada ideológica al acuerdo que, días antes, en Bizkaia su diputado general había alcanzado con el PP. Vaya, que no hubiera dudas acerca del bando que elige cada cual, dentro de la misma familia, a la hora de entenderse con el enemigo en esta geometría variable a la que se ve abocada una nueva Euskadi en paz.
Visto el resultado del manifiesto desaire de Bildu, que por encima de las diferencias entre elegir el puerta a puerta o la incineradora fundamentalmente erosiona el principio del valor democrático intrínseco de unas Juntas Generales, el PNV siente mordida su mano. A tal punto llega el desengaño que bien puede asegurarse con rotundidad que ya no pondrá la otra mejilla.
A partir de la moción de censura a un diputado foral, Bildu empezará a sentir el escalofrío de su soledad institucional. Es posible que lo intenta superponer con el calor que se le presupone en la calle, pero tampoco debería despreciar —y mucho menos con la vista puesta en las elecciones autonómicas— el desgaste político que lleva implícito situaciones como las que ahora encara.
En medio de una crisis que castiga la recaudación en Gipuzkoa más que en el resto de Euskadi y que alarma a su tejido productivo, la izquierda abertzale ha hecho de la recogida de basuras su principal bandera identitaria, al menos a nivel de plaza pública. Se trata de una apuesta estratégica muy alejada, no obstante, de la rentable reivindicación política que supuso Lemoniz, Leizarán o el TAV. Y es que ahora se les pide que gobiernen pensando en el bien...común.
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