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“Portugal y Galicia son una isla, no solo en el cine”, afirma el director Gonçalo Tocha

El CGAI se acerca al nuevo cine portugués con un ciclo comisariado por Rui Pereira

El CGAI se acerca al nuevo cine portugués en su sede de A Coruña con un ciclo comisariado por Rui Pereira, uno de los directores del festival IndieLisboa. Hipóteses para un futuro consta de 10 películas, algunas a cuatro manos, y se prolongará hasta el próximo día 28. Tras la concurrida sesión inaugural del martes con Jose e Pilar (2010), el documental de Miguel Gonçalves sobre el escritor José Saramago y la periodista Pilar del Río, le toca el turno a la emergente filmografía de Gonçalo Tocha (Lisboa, 1979). El jueves presentó su primer largometraje, Balaou (2007), y hoy volverá a la filmoteca para acompañar É na terra não é na lua(2011), premiada en Buenos Aires.

Tocha insiste en que no es cineasta, porque serlo equivaldría a estar convencido de que detrás de una película viene inevitablemente otra y él quiere dejar la cámara “con la misma libertad” con la que la cogió por primera vez. Balaou, de hecho, iba a ser la última incursión en las pantallas de este músico y exprofesor de portugués formado en el cineclubismo lisboeta. “Aquella experiencia me agotó. Sentía que había dado todo lo que podía dar, supongo que me faltaba ambición”, confiesa en su hotel de A Coruña mientras espera a que Portugal y Dinamarca reanuden el partido.

En 2007, durante la promoción de su ópera prima, se cruzó con la isla de Corvo, la más pequeña del archipiélago de las Azores, apenas 18 kilómetros cuadrados y poco más de 400 habitantes, y una obsesión muy antigua: “Filmarlo absolutamente todo”. El viaje duró dos años y medio en mareas sucesivas de uno o dos meses. Consumió 15.000 euros, sin investigación ni guión ni más equipo que una cámara y un sonidista. El resultado se titula É na terra não é na lua. Es su “película de aventuras”.

“Conocía las Azores porque es de allí de donde procede mi familia, es el universo de mi infancia, pero no la isla de Corvo, la más mitificada, a veces como metáfora del paraíso, a veces de todo lo contrario”, explica el portugués. “Al ser tan pequeña y tener una única aldea, era asumible filmarlo todo. De hecho, creo que era la única oportunidad de filmarlo todo en algún sitio y conjurar a través del cine la gran tragedia del hombre contemporáneo: la imposibilidad de descubrir nada”.

La película dura tres horas, dice, no porque el material se resistiese al corte, “sino porque es lo que la vivencia exige, y pone de relieve el contraste entre lo que esperamos de un lugar minúsculo y la cantidad de cosas que suceden en realidad”. Se organiza en capítulos, errática, como un borrador de diario, para evitarle al espectador la tentación de creer que el todo es orgánico. “Se fue organizando a medida que grabábamos, en el propio itinerario, como en las novelas de viajes. Es en el rodaje donde se decide una película. En el montaje lo máximo que puedes conseguir es no arruinarla”.

É na terra non é na lua se produjo sin ayuda pública para sortear el corsé administrativo. Si hoy quisiera cambiar de idea, tampoco podría. “El cine está parado en mi país”, termina, “y por eso es importante que se visibilice en el CGAI a esa generación que ya lleva unos años trabajando con otros métodos. Infelizmente, no es habitual. Galicia y Portugal son dos islas, no solo en el cine”.

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