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Una admirable carrera

Carmen Linares recorre los mejores temas de su repertorio El espectáculo suma un 'regalillo' de Sabina y la colaboración del bailaor Javier Barón

Gran noche la que nos ofreció Carmen Linares, en una especie de recorrido por toda su carrera profesional. Temas excelentemente escogidos de su repertorio, significativos, a los que añadió al final un regalillo muy conocido de Joaquín Sabina, que ella y su compañía bordaron. Además, hay que añadir las dos piezas que bailó, como artista invitado, Javier Barón, quien se deleitó en ambas, matizando, recreándose de manera ejemplar; el bailaor estuvo no solo brillante, sino profundo.

Carmen hizo de su actuación varios bloques bien distintos. En todos ellos puso corazón y nervio, dando una lección de buen hacer. En el primero, abordó lo que pudiéramos llamar cante clásico, o cante de siempre: tangos, taranta y cartagenera, bulerías por soleá; cantes en los que ella tiene solera, lo que demostró sin mayor esfuerzo.

Después salió al piano Pablo Suárez, para acompañarla en varios temas, entre los que destacaron tres de Miguel Hernández: El niño yuntero, Mis ojos sin tus ojos y El sol, la rosa y el niño. Fue una de las partes culminantes del recital, pues Carmen comprendió perfectamente el espíritu del poeta y le hizo tres composiciones verdaderamente módelicas. El niño yuntero, singularmente, fue una auténtica maravilla. La milonga El forastero, sobre un poema de Jorge Luis Borges, fue otra creación a destacar.

A continuación ya vinineron temas de una mayor diversidad, entre los que debemos incluir los bailes de Javier Barón. Un gran tema, interpretado por toda la compañía —cantaoras incluidas— sobre el fandango de Huelva, lleno de gracia y frescura, completó el ambiente de alegría sana. El tema de las bulerías, que también trató extensamente Carmen, lo dedicó en exclusiva a cantaoras que le habían precedido en el tiempo. En fin, una nocha muy completa y muy hermosa, que cerró con el regalillo de Sabina al que hemos aludido antes.

Carmen Linares actuó brillantemente con un grupo realmente notable. El piano de Pablo Suárez sonó de maravilla, sin un excenso, con templanza admirable. Javier Barón, ya lo hemos dicho, bailó largo y tendido, y de manera ejemplar, gustándose él y gustando a la audiencia, que le aplaudió con fuerza. Los guitarristas, las cantaores-palmeras, el percusionista. El espectáculo fue, en cierto modo, de menos a más, y terminó siendo una gran fiesta que a todos nos quedará en el recuerdo.

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