25 años respirando teatro
El Montacargas celebra su cuarto de siglo en escena con el montaje de ‘Perra vida, dulces sueños’. En su sala, 20 compañías representan 200 obras al año
Son un ejemplo clarísimo de aquello de que, más que una forma de ganarse la vida, el teatro puede ser una experiencia vital. Para ellos, ese devenir comenzó a gestarse hace 25 años cuando Aurora Navarro y Manuel Fernández Nieves estrenaron la obra Bouges pas, poupeé, en París, donde se perfeccionaban como actores y se sumergieron en el mundo del clown. Fue la opera prima de La Torre Infiel, luego rebautizada El Montacargas, la compañía de teatro desde entonces afincada en Madrid que el mes próximo celebrará un cuarto de siglo de vida sobre los escenarios.
Han sido años de dificultades, sacrificio y transformación: de cuentas en rojo, de jornadas de trabajo interminables, de estable inestabilidad. “El Montacargas tiene que ver con nuestra trayectoria personal y familiar. Somos como los antiguos cómicos, una estructura familiar que vive y respira teatro”, cuenta Navarro que está casada con Fernández Nieves desde hace 30 años en los que nacieron dos hijos.
Como muchos otros emprendedores independientes, la pareja ha tenido que aprender a combinar la actuación con otros trabajos. “Nos acostumbramos a ser pluriempleados”, sintetiza Navarro. Por fortuna, siempre dentro de las fronteras del teatro: dando clases en colegios e institutos y aprendiendo a hacer de todo para que la compañía saliera adelante.
Como muchas otras, la vida de El Montacargas reconoce un año bisagra: el suyo fue 1992, cuando la compañía representó solo doce veces. “Un albañil que pone un ladrillo al mes no puede llamarse albañil y un actor que actúa una vez al mes no puede llamarse actor”, sentenció entonces Fernández Nieves. Navarro comprendió que había llegado el momento del “autoempleo”.
Y no fue fácil. Tuvieron que buscar un local que se ajustara al proyecto y que se pudieran costear. El edificio que hoy los alberga (Antillón 19) era una antigua fábrica de caramelos: tres plantas semiderruidas de 72 metros cuadrados cada una. “Ahí sí que Manolo trabajó de albañil”, recuerda, risueña, Navarro. Tuvieron que dejar atrás la asociación cultural y convertirse en empresa. “Era el requisito para acceder a las ayudas públicas. Nos convertimos en empresarios a la fuerza. Hacíamos 40 cosas a la vez: desde levantar las paredes y ser nuestros jefes de prensa, hasta atender la cafetería y dar clases”, recuerda, no sin orgullo, la mujer.
Hubo que redefinir prioridades. Adaptarse. “En 1994, cuando hacíamos Creator [basada en la comedia Dios de Woody Allen] ensayábamos de dos a cuatro de la tarde, que era el único momento disponible. Era paradójico. Nos teníamos que quedar con los restos de un espacio que nosotros mismos habíamos creado… Había una escena con un bocadillo de chorizo que todos queríamos pasar una y otra vez para aprovechar y comer. Era verdadero teatro orgánico. ¡Estábamos muertos de hambre!”, recuerda entre risas Navarro. Pero, añade, ni en las épocas más difíciles, la compañía dejó de presentar una obra propia por año.
Consolidado como un espacio dedicado a los autores contemporáneos, al clown y al teatro de humor (“La mejor manera de hablar en serio”, según Navarro), El Montacargas alberga 20 compañías y 200 representaciones por año, conciertos, clases y hasta un bar. Además, comparte espacio con la compañía Residui Teatro y sirve de escenario a Brooklyn Madrid, una iniciativa de vecinos de La Latina.
El 25° aniversario encuentra a El Montacargas con Perra vida, dulces sueños en cartel. La obra, de Miguel Morillo, es una versión delirante y surrealista de La vida es sueño, de Calderón de la Barca, una historia atravesada por la crisis, la corrupción, el abuso de autoridad y la represión de emociones. Pero también por el estallido. Y por la redención. El Montacargas cumple un cuarto de siglo. Y tiene mucho que celebrar.
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