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CRÍTICA | POP
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Depedro, madrileño en la frontera

Jairo Zavala se despide en la Joy Eslava antes de emigrar un par de años a Arizona

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Como aquellos artetas que triunfan en las ligas europeas de fútbol sin que aquí se les tenga muy ubicados, Jairo Zavala se nos va a hacer nuevamente las Américas porque al otro lado del océano le prestan más atención que por estos andurriales. Tenía por eso algo de agridulce su fiesta de despedida en la Joy Eslava, estupenda de aforo para reconocerle el mérito a este madrileño atípico que ha interiorizado el rock fronterizo como si nos lo hubieran parido a muchos miles de kilómetros de su Aluche natal.

El hombre que escogió a un antiguo jugador de la Real Sociedad como denominación artística sigue fiel a las directrices con las que encontró su lenguaje distintivo, esas guitarras mestizas que tienen la caja en suelo mexicano y el mástil en territorio yanqui. La próxima semana pondrá rumbo a Tucson (Arizona) para grabar y hacer gira con Calexico, por lo que seguramente no le veamos sus cinceladas patillas trapezoidales en un par de añitos. Pero un fichaje de tanta envergadura deja cierto regusto amargo: el del talento fresco, sólido y rutilante que, como en tantas otras disciplinas, emigra sin remisión.

Zavala es un guitarrista excelente y vocalista notable, de garganta templada y poderosa, al que todavía le falta una pizca de magnetismo como destinatario de todas las miradas. Hubo que esperar hasta la sexta pieza, Nubes de papel (título de su aún reciente segundo trabajo), para verle destensar los músculos y gustarse en el epicentro de las tablas. Artista tan pulcro y exquisito que a veces puede resultar académico, Jairo lo hace todo bien, francamente bien. Pero no son mayoría las composiciones que conmueven, esas que apuntan a la siempre recóndita fibra sensible.

Equivocado, derrotista y dolorida, es una de ellas. Y se agradece. La trompeta plañidera acentúa sus virtudes, igual que el vibráfono en algún otro pasaje del concierto. Lástima que a veces no acompañe la parte literaria, flanco débil que Zavala acabará puliendo: existe amplio margen de mejora en líneas como “No gastaría mi energía en chucherías” (Tu mediodía) o “Nos gusta oír tus canciones, esas tan bonitas que tú compones” (Miguelito).

Depedro lucha contra su propia sombra con Como el viento, pieza deliciosa que inauguró su trayectoria solista y que resulta difícil de superar, quizás por ese aire clásico de canción que podría llevar ya muchos años escrita. Sonó hacia el final, junto a una sorprendente versión de Blister in the sun (Violent Femmes) y la estupenda Diciembre, con la siempre sustanciosa aportación de Tucho (Vetusta Morla). Ese estribillo, “Ya volveré el año que viene”, sonó premonitorio: es evidente que a Jairo le echaremos de menos.

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