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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Democracia y decoro

Los docentes conocen la importancia de establecer desde el principio en las aulas la diferencia entre los ámbitos formales y no formales. Más de un profesor ha tenido que explicar a sus alumnos que prescindir de la gorra y las gafas de sol o de usar el teléfono móvil, cuando uno asiste a una clase, no es someterse a censuras ni renunciar a derechos, sino incorporarse a una actividad con su gestualidad y sus reglas. La vida en sociedad está llena de este tipo de “limitaciones”. Es más, sería imposible sin ellas, empezando por la “indiferencia cortés” que evita que nos abordemos unos a otros en las calles de las ciudades con saludos que, en cambio, son una deferencia casi obligada en ámbitos más restringidos.

Como un profesor que ha perdido la autoridad sobre el aula, el presidente de las Cortes Valencianas, Juan Cotino, ha visto necesario dictar dos resoluciones sobre el comportamiento de los diputados. En una de ellas, prohíbe “prendas de vestir, carteles, fotografías, pancartas u otros elementos materiales” que pudieran resultar alusivos a algún diputado o institución o a terceras personas, y advierte de que tomará medidas disciplinarias cuando “de algún modo se menoscabe el decoro de la Cámara”. En realidad, a Cotino no le preocupa el decoro, sino la protesta, la posibilidad de que diputados de la oposición, como ya ha ocurrido, rompan el guión para escenificar denuncias. De ahí que haya incluido también en sus restricciones que los parlamentarios puedan exhibir papeles, grabaciones, vídeos o gráficos en sus intervenciones.

Enmarcada en la reacción instintiva de la derecha cuando el malestar social preside la vida pública —el Gobierno de Mariano Rajoy ha esgrimido, en ese sentido, una sintomática gama de medidas para reforzar el poder represivo de la policía—, la iniciativa pone en evidencia la incomodidad del PP con el teatro parlamentario. Ese teatro especial, en el que la posición de los actores y de los espectadores está invertida, pero no deja de ser una caja de resonancia muy efectiva. La política de las camisetas, que ha puesto en práctica Mònica Oltra y que trae causa de la actitud del presidente de las Cortes, ha servido para romper el corsé de un debate político manipulado. Es un tipo de “representación” que tiene unos riesgos que Oltra y otros diputados harán bien en medir para que no se convierta en un tic histriónico. Pero ha servido para delatar el “otro” escándalo, el de una gestión de lo público marcada por la corrupción, la opacidad y el engaño. Cotino no ha mostrado el menor interés por el decoro formal de la política que consiste en dar explicaciones cuando surgen dudas y se denuncian irregularidades. La bancada del PP está plagada de imputados que tampoco lo han hecho. “Cuando el Parlamento es un teatro, la oposición se ejerce en la calle”, decía Jack Lang. Y cuando se pretende un teatro de sombras o de marionetas, todavía más. El presidente de las Cortes Valencianas no puede evitar que el hemiciclo tenga la forma de las gradas de un circo.

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