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exposiciones

Baño de rostros femeninos del XIX

El centro cultural Mira de Pozuelo expone 33 de los 84 retratos de la colección de los Madrazo de la Comunidad de Madrid

Leocadia Zamora y Quesada, por Luis Madrazo.
Leocadia Zamora y Quesada, por Luis Madrazo.

La belleza permanece actual siempre. Si el paseante desea comprobarlo, tiene a partir de hoy una espléndida ocasión al alcance de sus ojos. Puede además poner rostro a mujeres muy distinguidas del siglo XIX, evocar la atmósfera que respiraron, los atuendos que vistieron y los anhelos que sus miradas revelaron. La oportunidad se brinda en el complejo cultural Mira de Pozuelo de Alarcón, de cuyas paredes cuelgan hasta el 5 de junio 33 de los mejores retratos de mujeres españolas de aquel siglo tras ser inaugurada por el vicepresidente de Madrid, Ignacio González.

Los óleos sobre lienzo, cartón o papel representan a damas adultas, niñas y ancianas que posaron pacientemente ante abigarrados caballetes cuajados de colorido. De tal manera lograron trascender a su época gracias, primero, a su condición altoburguesa, la misma que les permitía afrontar el trance de los altos honorarios de los pintores, o bien a la pertenencia al círculo más cercano de una saga de artistas única en la historia del Arte en España: los Madrazo.

La mejor dinastía pictórica española fue fundada por el santanderino José de Madrazo Aguado, nacido en 1781, versado hacia los pinceles desde su adolescencia. Consumado pintor neoclásico, había vivido en París, donde aprendió las mejores artes en el estudio de Jean-Jacques David, el artista áulico napoleónico. Sin embargo, cuando accedió a la Academia Española de Roma, José tendría el coraje de negarse a jurar lealtad a José I Bonaparte, rey intruso de España por la gracia de Napoleón.

María Teresa, hija de Luis, de Primera Comunión.
María Teresa, hija de Luis, de Primera Comunión.

Su gesto le condujo a prisión en el romano castillo de Sant'Ángelo. De regreso a Madrid en 1819, José Madrazo se instala en Alcalá 54, donde casa con Isabel Kuntz. Ambos crean una familia numerosa de la cual sobresaldrían como pintores sus hijos Federico y Luis, excelsos retratistas. La carrera de José se ve tachonada por innumerables premios y su nombradía le otorga la condición de pintor de Cámara de la Reina Isabel II, más también a la dirección del museo del Prado y de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, altos cargos en los que sería sucedido por su hijo Federico Madrazo y Kuntz. Hasta su muerte en 1859, José recorrería todos los géneros pictóricos, desde la pintura histórica hasta la religiosa y el retrato, género este emblema de la dinastía de artistas por él fundada y emparentada con las de los Fortuny y los Rosales.

La alta sociedad madrileña comenzó a desfilar por el estudio de la calle de Alcalá, donde los pinceles de Federico, que había nacido en Roma en 1815 durante la estadía de sus padres, y de Luis, educado en el madrileño Seminario de Nobles, precedente del Instituto San Isidro, se adentraban ya en los vericuetos cromáticos del Romanticismo.

Sus mejores modelos fueron mujeres como Carolina Coronado, la distinguida Leocadia Zamora y Quesada, o las de su propia familia, a las que retrataron con extraordinario mimo. La elegancia en la composición, la riqueza de los colores, la finura de gasas y organdíes más los guiños ornamentales —desde la profusa joyería de las damas galantes hasta los elementos de la moda, manguitos, polisones, tocados, así como la presencia de animalillos, caracterizan externamente sus obras. Pero tras el denso oropel burgués se oculta una profundidad psicológica sin precedente en la pintura española desde los retratos de los pintores regios del siglo XVI y el Barroco.

La mejor dinastía pictórica española fue fundada por el santanderino José de Madrazo Aguado, nacido en 1781

A las tareas de Federico y de Luis, volcados en retratar a las féminas de sus propias familias como la exposición muestra —hay hasta siete retratos en edades consecutivas de María Teresa, hija de Luis Madrazo Kuntz— se unieron pronto Ricardo y Raimundo, nietos de José, que aportaron a la saga su estilo impresionista. Raimundo llegaría a asociarse al norteamericano Huntington, patriarca de la Hispanic Society de Nueva York.

José, Federico y Luis habían accedido a la cámara real donde inmortalizaron a la desdichada Isabel II, a la que retrataron luciendo el broche con la forma de la Isabella graellsia, la bellísima mariposa color esmeralda bautizada con su nombre por el entomólogo Graells.

La exposición, comisariada por Carlos González y Monserrat Martí Ayxelá, se exhibe en una amplia sala de paredes pintadas en rojo inglés, acordes con el contenido artístico que deslumbra al visitante desde historiados marcos de madera noble o bañados en purpurina.

Lo mejor de esta muestra es que sus 33 retratos se han conservado dentro de un espléndido ajuar de 84 pinturas pertenecientes a un matrimonio, María Teresa de Madrazo y Mario Deza y Campos, descendientes de los pintores, que en dación de pago de impuestos la legaron a la Comunidad de Madrid. La colección permite recorrer el curso de la pintura española, desde el Neoclasicismo de José hasta el Impresionismo de Raimundo, mediante una galería de retratos sin parangón en museos españoles.

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