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La Guindalera y sus vecinos mecenas

La sala logra sobrevivir y mantener su esencia con las aportaciones del público

El actor Felipe Andrés, en 'El fantástico Francis Hardy, curandero'.
El actor Felipe Andrés, en 'El fantástico Francis Hardy, curandero'.

Redoblar la apuesta. Arriesgar, aun cuando el contexto empuje a hacer todo lo contrario. Eso ha hecho la sala Guindalera: combinar una forma de financiación alternativa, con la fidelidad y el respeto hacia su público, y la elección de una obra compleja y arriesgada para volver a ofrecer un estreno.

Después del éxito de Tres años ha puesto en escena El fantástico Francis Hardy, curandero, del irlandés Brian Friel (1929). “Un clásico tan maravilloso como complejo. Una historia cuya temática nos toca”, en palabras de su director, Juan Pastor, que afianza así su identificación con la obra del autor, de quien ya ha dirigido Bailando en Lughnassa, Molly Sweeney y El juego de Yalta.

"Es un montaje sin subvenciones, una manera de mantener nuestra identidad"

El fantástico… cruza tres monólogos, tres relatos de la misma historia, tres versiones crudas, casi desnudas (dispares y no tanto), de la misma vivencia. Una invitación a pensar que la verdad es según quien la cuente, que todo es cuestión de percepción y recuerdo. Los personajes, Frank (Bruno Lastra), un artista atormentado por las contradicciones del talento; Grace (María Pastor), una mujer entregada a un amor tan tortuoso como indispensable, y Teddy (Felipe Andrés), el representante, vértice de un triángulo a la vez perverso y brillante.

La obra transcurre en una atmósfera impregnada por el tono intimista que proponen la estructura y el tono del relato, por la cercanía entre los actores y el público que permite una sala de 75 butacas y por un ritmo en el que la pasividad del que mira es imposible.

El estreno llega menos de dos meses después de que la sala viviera un punto de inflexión en su historia desde su apertura, en 2004. Obligada por la crisis, hecha carne en un déficit de 60.000 euros anuales, y decidida a no depender ya de las subvenciones estatales, la Guindalera ha creado una red de micromecenas a partir de un acuerdo con la plataforma de pago digital Tahona Cultural, que apoya proyectos culturales. Son espectadores, muchos de ellos vecinos del barrio de Salamanca, que aportan entre 10 y 500 euros para afrontar los gastos a cambio de premios como invitaciones a preestrenos y encuentros con los actores. Así se han recaudado los fondos que han hecho posible la nueva apuesta.

“Es nuestro primer montaje sin subvenciones, que es una forma de mantener nuestra identidad. Contamos con el potencial de un público de oro, una cantidad de gente dispuesta a entregar su corazón. Pudiendo haber hecho algo más fácil y comercial y llenar, elegimos lo más difícil y lo hicimos sin concesiones, sin depender de nadie. Eso no tiene precio. Juan y yo somos millonarios. Tenemos el orgullo de no haber renunciado a nada”, afirma Teresa Valentín, esposa de Pastor y el otro puntal del proyecto. Emocionada, añade: “Si cerramos en junio, ¿quién nos quita lo bailado? ¿Qué persona en este país puede decir que ha cumplido su sueño? Hacemos lo que creemos que tenemos que hacer. Nos mantuvimos fieles a nosotros mismos”.

Pastor reivindica la elección del camino difícil. “Esta es una obra con un texto denso que dice cosas comprometidas, para nada comercial. Pero para eso existen salas como Guindalera. Para asumir riesgos, para hacer lo que creemos que tenemos que hacer”. Entre bambalinas, vuelve sobre la idea matriz de la obra. “La verdad es subjetiva. Su vivencia y la transmisión que de ella se haga depende de cómo se la reciba. Eso solo ya es complejo para un país inquisidor y de verdades absolutas como el nuestro. Reconocer lo relativo tiene peso en sí mismo”, concluye. En su rostro respira esa mezcla de alivio y expectativa que produce haber atravesado un estreno. Uno más.

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