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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un piso alto

Me he mudado a un piso alto. Lo primero que he hecho nada más cerrar la puerta de mi nueva casa ha sido mirar por la ventana. Qué sensación. Miras a la gente desde la altura y la percepción del mundo cambia por completo. Algunas personas caminan deprisa, otras van muy despacio, otras se paran de repente y vuelven sobre sus pasos. Hay una mujer con bebé y perro, un hombre que carga una mesa al hombro, un grupo de escolares, dos ancianas con bastón.

Gente y más gente que atraviesa el marco de la ventana, pero tu sólo les ves la coronilla. No sabes cómo se llaman, adónde van, qué les preocupa, si están hablando bajo o alto, si tienen miedo, si están contentos o están tristes. No sólo no lo sabes, sino que además desde tan arriba es muy difícil imaginárselo. Las coronillas dan muy poca información. Sí, mientras miro por la ventana, convengo conmigo misma que es imposible ponerse en el pellejo de los demás desde tan lejos. Para poder hacerlo, hay que bajar a la calle y mirar las caras de cerca.

De repente, pienso que Kirk Cameron también debe de vivir en un piso alto. Ya saben, Kirk Cameron, ese ídolo de adolescentes que trabajaba en la serie Los problemas crecen, allá por los años ochenta. A mí me gustaba. Sí, lo confieso a cara descubierta; yo tenía un póster suyo de la SuperPop pegado en el armario de mi habitación. Bueno, dos.

Era un chico muy guapo. Lo sigue siendo. Lástima que su cabeza haya envejecido cinco veces más rápido que su cuerpo. Es el hombre de cuarenta años más carca del mundo.

Decía que Kirk Cameron debe de vivir en un piso muy alto, a juzgar por las declaraciones que hizo esta semana pasada en un programa de la CNN. Entre otras barbaridades, dijo que la homosexualidad es “antinatural, perjudicial y destruye las bases de nuestra civilización”. Y se quedó tan ancho.

Por si no lo saben, a los 17 años, de golpe y porrón en medio de su éxito televisivo, Cameron se convirtió al cristianismo. Desde entonces, fue extremando su pensamiento y llegó incluso a convertirse en predicador con programa de televisión propio. Cada vez que abre la boca, siembra el suelo de perlas. Pero esta vez se ha pasado. Las asociaciones de gais y lesbianas han puesto el grito en el cielo, claro está. Han dicho, con mucho acierto, que su personaje de los años ochenta era mucho más moderno que él. A mí no me ofende. Sólo me hace gracia tanta simpleza. Por lo pronto, es evidente que Cameron no conoce a ningún gay. Nadie que conozca a un gay puede escupir semejante memez. Lo que pasa es que sólo les ha visto la coronilla desde su piso alto. A lo mejor no le iría mal bajar a la calle de vez en cuando y mirarles a la cara un poquito, a ver qué tal.

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